No sé si es peor la perplejidad de lo que no vimos venir o el desasosiego sostenido al no saber cuándo va a terminar; ambos, sentimientos que definen algo muy temido por una humanidad que pensaba que podría siempre accionar a partir del conocimiento de algo o alguien, una humanidad que creía contar con certeza.
Y digo “creía” porque, como nos lo ha enseñado esta querida pandemia, nada -absolutamente nada- está fuera de la imprevisibilidad imperfecta o, lo que es lo mismo, la enorme probabilidad de que los resultados de lo que proyectamos no sean los que deseamos.
Así hoy, con los ojos muy abiertos, va el mundo entero cuestionándose lo que en décadas no había hecho, porque, al no tener las respuestas exactas, nos hemos dado cuenta de que la incertidumbre, esa señora elegante y misteriosa que juega con nuestras emociones, siempre estuvo ahí, y que seguirá estando, hasta el final de los días, como nuestra más fiel compañera. Solo que, como en los hechizos de cuentos de hadas, ya la vimos a los ojos y, a partir de ese encuentro, ya no es opción segregarla, porque llegó por una y mil razones que apenas comenzamos a entender.
Pero, también nos regala su paciencia y, para aprender a convivir con esta dama, parece que el único camino es la resiliencia, esa cualidad que nos permite surgir de la adversidad fortalecidos y dueños de mayores recursos, aquella que le encuentra sentido a lo que parece una catástrofe, evitando minimizar o magnificar cualquier situación que se viva; la misma que nos obliga a ser flexibles para aceptar lo posible, lo improbable y lo inmodificable.
Además, habrá que seguirle el paso en una danza, unas veces lenta y suave, otras frenética y agotadora. ¿De qué depende el ritmo? De la comprensión de que recurrir a la adaptación a los desafíos es la única forma de vivir. Que, cuando la incertidumbre duerme entre nosotros, no es para angustiarnos infértilmente, es para recordarnos que nunca hemos tenido las respuestas exactas a nada, porque somos solo huesos y piel. Y que, si no existiera, dejaríamos de recurrir a la fantasía creativa y a las soluciones no intentadas para convertirnos en hojas secas a la deriva, movidas a capricho por el viento.
No, la incertidumbre no vino a acabar con nosotros, como nunca lo ha hecho ninguna pandemia en la historia de la humanidad. Vienen de la mano -juntas- como cada cierto tiempo, para exigirnos que reconectemos con un sistema de valores trascendentales que nos obliguen a autocorregirnos, reorganizarnos y evolucionar.