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noviembre 25, 2024

Al fin que para morir nacimos…

En medio del sombrío panorama en el que la pandemia del COVID-19 nos ha colocado, en Octavio Paz podemos encontrar una explicación a la paradoja que vivimos en nuestro país… esa insensatez que representa el romper el aislamiento social que permitiría aminorar la transmisión del virus, para acudir a un festejo, “guateque” o “pachanga”; y es que sí, todo se resumen en que: “La muerte mexicana es el espejo de la vida de los mexicanos”.

Hasta 21 fiestas han sido reportadas durante un fin de semana, en el municipio de Querétaro, en plena contingencia; y cuando las autoridades han osado exhortar a los participantes a suspenderlas, estos se han negado con argumentos como “tenemos derecho a divertirnos” o “todos lo hacen”.

Y si bien la semana pasada, la Organización Mundial de la Salud (OMS) -a través del director Ejecutivo del Programa de Emergencias Sanitarias, Mike Ryan- hizo un llamado en general a todos los jóvenes del mundo a preguntarse si realmente necesitan ir a una fiesta, en México hacer reuniones sociales está en nuestro ácido desoxirribonucleico.

“Todo es ocasión para reunirse. Cualquier pretexto es bueno para interrumpir la marcha del tiempo y celebrar con festejos y ceremonias hombres y acontecimientos. Somos un pueblo ritual”, describió el premio Nobel de Literatura.

Por eso, en esta forma de ser, el virus SARS-CoV-2 “nos hace los mandados”… porque la mismísima muerte “nos pela los dientes”; y porque “al fin que para morir nacimos” y “sólo los guajolotes mueren en la víspera”… aunque las cifras sean terriblemente dramáticas: arriba de 19 millones de casos confirmados en el mundo y más de 700 mil muertos; aproximadamente 500 mil en México y más de 50 mil defunciones; más de 4 mil 500 en Querétaro y casi 600 decesos.

En China, por ejemplo -según la publicación de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) y El Banco de Desarrollo de América Latina (CAF)- “Las oportunidades de la digitalización en América Latina frente al Covid-19”, se ha recurrido a tecnologías de análisis de datos e inteligencia artificial para detectar posibles contagios; robots para atención médica y labores de desinfección; drones para distribuir insumos médicos; apps para alertar a la policía de violaciones a medidas sanitarias por parte de personas en riesgo; cascos inteligentes que activan alarmas al detectar temperaturas altas y que vía códigos QR, Wi-Fi, Bluetooth y 5G envían datos a hospitales cercanos, incluso con el nombre de las personas.

En cambio -en nuestro país- los mexicanos enfrentamos el COVID-19 y el riesgo de morir que implica el resultar contagiado, con la polémica de si usar o no un simple tapabocas; o sin permitir que nos midan la temperatura con un termómetro infrarrojo dirigido a la cabeza, porque “no vaya a ser que sí nos mate las neuronas”, como se asegura en las redes sociales.

Y aunque en el fondo el mexicano le teme a la muerte, aquí la forma de morir -expresó también el autor de El laberinto de la soledad- refleja nuestra manera de vivir: “Cierto, en su actitud hay quizá tanto miedo como en la de los otros; mas al menos no se esconde ni la esconde; la contempla cara a cara con impaciencia, desdén o ironía: ‘si me han de matar mañana, que me maten de una vez’”,… Así pues, “Si no morimos como vivimos es porque realmente no fue nuestra la vida que vivimos: no nos pertenecía como no nos pertenece la mala suerte que nos mata. Dime cómo mueres y te diré quién eres”… mientras tanto, “el muerto al pozo y el vivo al gozo”…

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