Cuando apenas se estaba terminando la construcción del templo de San Agustín, la joven hija de una familia adinerada que vivía frente al templo admiraba a diario las maravillas que veían sus ojos, entre ellas las gárgolas, especialmente una que emergía sobre el pórtico principal
Una de las leyendas de José Guadalupe Ramírez Álvarez, quien fuera primer cronista de la ciudad de Querétaro a mediados de los años 70, se denomina “El Gárgola”, como parte de una serie de leyendas que “Codigoqro” publicará por el Día de Muertos.
Cuenta que, en el año 1745, cuando apenas se estaba terminando la construcción del templo de San Agustín, una joven hija de una familia adinerada que vivía frente al templo admiraba a diario las maravillas que veían sus ojos, entre ellas las gárgolas, especialmente una que emergía sobre el pórtico principal.
Una tarde, desde su ventana pudo admirar a un apuesto joven y, por un momento, tras cruzar su mirada con la de él, se apartó y la cerró, y así pasaron varios días, en los que incluso, cuando el joven se acercaba a ella a declararle su amor, ella cubría su rostro con un fino pañuelo de encaje y terminaba la conversación sin decir una palabra.
Un día el muchacho decidió cambiar de estrategia, se acercó a ella y le dijo que no volvería a visitarla, pero que treparía hasta la gárgola y si ella no agitaba su pañuelo para pedirle que volviera, se lanzaría al vacío por la descortesía de no aceptar su amor.
La muchacha pensó que era una broma y cerró su ventana nuevamente, para abrirla de nuevo, encontrándolo sobre la gárgola. Preocupada por él, corrió a su cuarto a buscar su pañuelo, pero mientras lo hacía se escuchó un terrible crujido. La enorme gárgola de cantera no pudo soportar el peso del joven y se rompió, cayendo al suelo con él.
Rápidamente se formó una multitud alrededor del cuerpo del joven y la gárgola destrozada, mientras que la joven, horrorizada ante la escena, cerró su ventana y corrió a su habitación, donde se echó a llorar sintiéndose culpable por la muerte de su amado.
La joven, desconsolada acudía a llorar día y noche ante el templo. Hay quien todavía escucha sollozos al poner atención y si el bullicio calla, generalmente en las madrugadas.
Así lo cuenta el entonces cronista y lo reproduce el cronista actual del estado y la ciudad de Querétaro, Andrés Garrido del Toral, con permiso de la familia de José Guadalupe Ramírez Álvarez.