La leyenda del otrora cronista de Querétaro, don José Guadalupe Ramírez Álvarez, versa sobre Fray Matías, quien nació en 1787 en la Ciudad México, capital de la Nueva España, y, tras ordenarse como dominico, fue trasladado a Querétaro.
A sus pláticas no solo acudían sus estudiantes, sino la asombrada multitud en general.
Con sus discípulos era enérgico, duro en extremo, de aspecto austero y firme, lo que lo hizo ganarse los respetos de todos, que lo amaban y lo admiraban.
De entre sus aprendices, solo uno era renuente, lo que creó una fuerte tensión en todo momento.
“Fray Matías exigía a su discípulo, éste se resistía y así supiera bien la lección, no respondía cuando era interrogado”, asegura Ramírez Álvarez.
Al final del curso y ya en presencia de los sinodales, Fray Matías le lanzó senda pregunta a quien nunca destacó por excelentes notas. Fue tal el enojo del cuestionado que se negó a responder y no hubo más remedio que suspender al remiso en la asignatura de fray Matías, que era de las principales.
Triste, desconsolado, sintiéndose un tanto culpable, fray Matías se retiró a su celda, pensando tan solo en la parte que hubiese tenido de culpa en el fracaso de su rebelde alumno.
A la media noche se escucharon enérgicos golpes en la puerta, por lo que se apresuró a abrir solo para encontrar a su estudiante -erguido y retador-, con los ojos enrojecidos por el llanto, el fraile subió de tono y la discusión terminó solo cuando -arrebatado por la ira- el fraile alzó la mano para castigar al insolente discípulo, que lo contuvo. Así forcejearon, hasta que el joven cayó pálido y tieso, cual si fuese una momia, a pesar del posterior arrepentimiento del fraile.
Muchos años después, pero con la misma expresión, murió fray Matías.