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septiembre 21, 2024

Ejercer la medicina en tiempos de COVID

Médicos aseguran que las jornadas en el área COVID-19 son intensas, interminables, agotadoras y estresantes, pero a la vez gratificantes al ver cómo un enfermo se recupera, aunque no todos corren con la misma suerte

Miedo, impotencia y frustración son algunos de los sentimientos que embargan a la generalidad de los doctores en este momento.

Aseguran que las jornadas en el área COVID son intensas, interminables, agotadoras y estresantes, pero a la vez gratificantes al ver cómo un enfermo se recupera, aunque no todos corren con la misma suerte.

Con el rostro marcado por las seis, ocho o más horas diarias en que deben portar el doble cubrebocas, la careta, los lentes, los googles, el overol y los guantes, los médicos reconocen que esta batalla ha sido pesada porque en ocasiones sienten que reman contracorriente, pues mientras unos cuantos siguen al pie de la letra las recomendaciones, hay personas que siguen sin aplicar las medidas sanitarias porque no creen que el coronavirus los pueda matar.

Sin apoyo institucional

A ocho meses de hacer frente a la pandemia, un médico adscrito al Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), a quien llamaremos Alejandro debido a que pidió el anonimato, sigue sin recibir algo más que un cubrebocas (al día), el cual compara con una tela de cebolla.

“El apoyo en la institución ha sido nulo, al principio exigíamos equipo de protección de alta calidad, pero nos argumentaban que solamente era para los compañeros que estuvieran en contacto con pacientes COVID y que como yo estaba (en un principio) en área de consultorios solo tenía derecho a un cubrebocas diario, que es igual de delgado a una capa de cebolla”.

Dice que aunque ahora que los obligaron a estar en el área COVID, “porque hay que apoyar”, siguen sin suministrarles equipo de calidad.

“El apoyo ha sido escaso y nos han quedado a deber como institución, porque como profesionales de la salud, lo mínimo que pides es protección de calidad”.

Más que recibir aplausos y palabras de las autoridades para reconocer su esfuerzo y entrega, Alejandro, al igual que sus compañeros de pasillo, quiere recibir lo que les prometieron: atención psicológica, el bono económico y un buen equipo.

“Nos otorgan un cubrebocas, un overol que no es lavable y que tenemos que utilizar toda la semana y un par de guantes para una jornada laboral de seis horas, cuando se supone que por norma tienes que usar un par por cada paciente que atiendas (…) nuestras autoridades y jefes inmediatos no están en contacto con pacientes COVID, entonces a ellos se les hace fácil dar solo órdenes, cumplir estadísticas y delegar responsabilidades; no hay reciprocidad, solo exigencias”.

Al “doc”, como sus pacientes le llaman, le gustaría que sus jefes se pusieran un día en sus zapatos, que pusieran el ejemplo y que entraran al área en la que se encuentran los enfermos con problemas respiratorios para que vean cómo se siente trabajar sin protección.

“Con el apoyo de mi madre y mis hermanos me he hecho de un buen equipo médico, y aunque no lo tenía contemplado, son gastos que hago de mi salario, porque no solo está mi salud de por medio, sino la de mis hijos y mi esposa”.

Alejandro, quien siempre llega 15 minutos antes de la hora de entrada para poder desinfectar el área en la que va a trabajar, confiesa que para él, los primeros dos meses de la pandemia fueron los más difíciles, porque su temor no era contagiarse, sino llegar a casa y contagiar a su familia.

“Al principio me daba miedo ir a trabajar, me causaba angustia, me causaba terror; yo lloraba antes de irme a trabajar, porque sentía que era el último día que iba a ver a mis hijos y a mi esposa, y que ya no los iba a poder abrazar. Cuando volvía del trabajo, en lugar de llegar a abrazar a mi esposa e hijos, me quitaba la ropa y yo mismo la lavaba para que mi esposa no entrara en contacto con mis uniformes y hasta después de que salía de bañar los abrazaba.

“Emocionalmente a mí me afectó muchísimo, yo lloraba y no dormía, pero después me di cuenta de que mi estado de ánimo podía afectar mi sistema inmunológico y eso pudiera ser la puerta de entrada para esta enfermedad, entonces, como no nos dieron apoyo psicológico, lo que hice fue darme cuenta de que los miedos nos traicionan, así que estoy en el proceso de superar esto”.

El médico, quien tiene una especialidad en medicina familiar, confiesa que por la mente le pasó salirse de su casa, dejar a su familia y volver hasta que los contagios disminuyeran, pero como ellos son su fortaleza no lo hizo y solo reforzó sus medidas de seguridad.

“Siempre pienso positivo, uso dos cubrebocas y me lavo constantemente las manos; al principio lo hacía a cada ratito, al grado de que me generé una dermatitis”.

A pregunta expresa de qué opina de que mientras él trata de salvar vidas hay quienes siguen creyendo que el COVID no existe y continúan realizando fiestas o congregándose en espacios reducidos, Alejandro frunce el ceño y contesta: “Me siento impotente y frustrado”.

“Me frustra, porque realmente tú haces todo por darle a la gente las recomendaciones de que se queden en casa, que cuiden a los adultos mayores, que usen cubrebocas y se laven las manos en nueve sencillos pasos y que no tardan más de un minuto en hacerlo; y cuando salgo, veo en la esquina de una calle a personas reunidas ingiriendo alcohol y sin cumplir las medidas sanitarias”.

Constatar que la gente sigue haciendo fiestas y reuniones familiares le da mucho coraje, porque a la mente se le vienen no solo sus compañeros médicos, sino también las enfermeras, los camilleros y el personal de intendencia que trata de hacer su trabajo lo mejor posible.

“Hago un llamado a la sociedad para nos ayude, esta pandemia la podemos controlar nosotros mismos cumpliendo con las recomendaciones y estoy seguro de que si cooperamos todos como sociedad, esto pronto puede acabar y podemos regresar a nuestra nueva normalidad”.

El trabajo se triplicó: doctora

Fernanda aseguró que estar al frente de una unidad médica en la sierra del estado ha representado todo un reto, sobre todo por la desinformación que se ha generado por la enfermedad del COVID-19.

“La desinformación es tremenda, entonces es todo un reto estar al frente de una unidad médica, porque a veces aunque tú quieras darle todo a tu gente, a veces el equipo y todos los insumos no los tienes, pero ahí es donde entra mi chamba: buscar todo lo necesario para que mis médicos, para que si están en contacto con pacientes COVID, se sientan de lo más seguros y preparados académicamente hablando y nos dé menos miedo enfrentarnos a esta enfermedad”.

Reconoció que el trabajo no ha sido nada fácil, sobre todo porque no solo tiene que atender las necesidades de su personal, sino también cuestiones administrativas.

“Sí ha sido un poco engorroso, sobre todo porque el trabajo se triplicó: tenemos que alimentar de información las plataformas, entonces es mucho papeleo, porque a cada paciente sospechoso se le tiene que hacer un estudio, llenar un cuestionario, tengo que estar al pendiente de los médicos, checar si tienen equipo, llevar un registro de los insumos, asegurar que siempre haya guantes, cuántos guantes gastan, si alguno está roto y saber cuántos cubrebocas y caretas hay”.

La pandemia cambió su vida, pues nunca había durado tanto sin ver a su familia, con la que ahora evita el contacto por miedo no a contagiarse ella, sino a contagiarlos a ellos.

“Evité el contacto con mi familia, de marzo a la fecha he visto a mi papá solamente dos veces por el miedo al contagio, no a contagiarme, porque aplico las medidas sanitarias, sino a que yo pudiera ser portadora asintomática y contagiar a mi vecino, a mi papá o a mis amigos”.

Para lidiar con todo el trabajo y el estrés, Fernanda hace meditación, practica yoga desde hace tiempo y cuando no está trabajando procura desconectarse de todo.

“Cuando no estoy laborando, me desconecto del COVID y trato de meditar, tratar de leer y la parte de la meditación para mí es clave, es algo básico y trato de canalizarlo para que esto no me afecte”.

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