La Nochebuena, una de nuestras celebraciones favoritas, arriba hoy revestida de un significado diferente por aquello de la pandemia. Obligados por las circunstancias, nos enfrentamos al reto de reavivar su esencia sin importar los cambios en nuestra manera de vivirla.
En víspera del natalicio del Señor Jesús, el júbilo invade nuestros corazones. Habiendo soportado los embates del virus durante buena parte del año, seguramente también viviremos momentos de tristeza por aquellos que perdieron la salud y por los que han ofrendado su vida. Querámoslo o no, las sillas vacías de los ausentes no se pueden ignorar.
¿Cómo conciliar los sentimientos de dolor y pérdida con los de felicidad y regocijo?, ¿hay acaso cabida para ambos? ¡Difícil contestarlo! Y, sin embargo, debemos intentarlo. En ejercicio de nuestra espiritualidad, recurrimos a la fe en búsqueda de respuestas: “Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá” (Mateo 7:7,11). La fe mueve montañas porque nos concede la fortaleza de recuperar aquello que creíamos perdido. Bien dice el literato y filósofo Henry David Thoreau que la más pequeña de las semillas de la fe excede en grandeza al más grande de los frutos de la felicidad.
En sintonía con Thoreau, Joyce Meyer, autora del libro “El poder secreto para declarar la palabra de Dios”, sostiene que una vida positiva y una mente negativa son incompatibles: “Sin importar lo que te haya sucedido en el pasado o lo que esté pasando ahora en tu vida, te espera un futuro positivamente asombroso si depositas tu fe en Dios”.
Tal vez esta noche no te puedan acompañar tus seres queridos como tú quisieras. Y, sin embargo, la milagrosa esencia de Jesús se hará presente. Si consideramos que la esencia es depositaria de las mejores cualidades de aquello que valoramos, la Nochebuena constituirá una excelente oportunidad para dar gracias por lo que aún conservamos y tenemos. James Faust, autor de “Los verdaderos regalos de la Navidad”, afirma que un corazón agradecido es el inicio de la grandeza y el sustento de la fe, el amor, la felicidad y el bienestar.
Constituye, pues, un privilegio poder renovar la fe en esta noche tan significativa. Esto no quiere decir, por supuesto, que bajemos la guardia y dejemos de lado las precauciones para evitar posibles contagios. Es mejor no dejarse poseer por el miedo, pero si se manifiesta, canalicémoslo para así convertirlo en nuestro aliado.
Pase lo que pase, la cercanía emocional con tus seres queridos habrá de compensar toda ausencia física. De corazón, hago votos para que el amor te acompañe en esta y todas tus Nochebuenas. Las escrituras sagradas se encargan de decirnos por qué: “El amor es paciente, es bondadoso. El amor no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso. No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor. El amor no se deleita en la maldad, sino que se regocija con la verdad. Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1 Corintios 13:4-7).