“Fea, enferma, aburrida,
lo sentía crecer a mis expensas,
robarle su calor a mi sangre, añadir
un peso y un volumen clandestinos
a mi modo de estar sobre la tierra”.
Rosario Castellanos
La Lazarilla
Recuerdo a una Gladys del pasado saliendo de las salas de cine maravillada por la cinta “Tenemos que hablar de Kevin”, de la directora Lynney Ramsey; estaba yo fascinada por el trabajo fotográfico, el de dirección, el de diseño de producción; encantada por la selección de planos, las interpretaciones y, por supuesto, la elección de narrativa no lineal presentadas en el filme; sin embargo, no fue hasta este segundo visionado que realmente pude ver el verdadero genio detrás de esta película.
El filme que está constantemente embarrándonos de rojos intensos literales y figurativos narra la historia de Eva (Tilda Swinton), una famosa aventurera que se ganaba la vida escribiendo sobre sus viajes alrededor del mundo hasta que se enamoró de un fotógrafo llamado Franklin (John C. Reilly); ambos, a petición de Franklin más que de Eva, tienen un hijo llamado Kevin (Ezra Miller), quien desde el inicio pareciera haber nacido para robarle las ganas de vivir a su madre. Y ahora que lo pienso, la decisión de nombrar a la protagonista con el nombre bíblico de Eva quizá es la primera pista que nos dan los escritores para hacernos saber que esta historia es una crítica a todos los estándares inalcanzables que se establecen socialmente sobre lo que significa ser una mujer, pues a lo largo del filme vemos que es Eva quien tiene que dejar de trabajar para cuidar de Kevin, es ella quien se hace cargo de su hijo a pesar de los malos tratos del niño y es a Eva a quien se le responsabiliza de todos los actos negativos que caen sobre la familia, al igual que en la Biblia es a Eva a quien se le responsabiliza por haber causado la expulsión de su familia del paraíso terrenal. Además, quedé sorprendida al sondear la reacción de varios críticos en distintos medios, pues presentaban como centro de focalización de la historia la psicopatía de Kevin, cuando en realidad la historia busca criticar los roles paradigmáticos e impuestos sobre la maternidad y paternidad de los que nunca hablamos, esa perspectiva que se ha intentado bloquear durante años, pero que hoy en día, con tantos movimientos feministas, se ha comenzado a discutir.
La película es narrada de forma no lineal, pues lo que vemos en pantalla es el presente de Eva, en conjunto con lo que va pasando dentro de su mente, ya sea reflejado en pesadillas o recuerdos detonados por el día a día; vamos descubriendo cómo era la relación de Eva con Kevin, un personaje que, creo, está desarrollado como hipérbole para poder cumplir su objetivo, que es establecer lo difícil que es cuidar a un niño y cómo las expectativas de ello caen enteramente sobre la mujer, quien en este caso es constantemente manipulada con ‘gaslighting’ por parte de su esposo Franklin para hacerla parecer una loca.
Con su discurso disruptivo, planos macro, ‘flashbacks’, rojos intensos, cámaras lentas y otros bellos elementos de dirección, “Tenemos que hablar de Kevin” se convierte en una obra maestra del cine contemporáneo que además nos invita a replantear los paradigmas en nuestra sociedad, impresos en la maternidad y paternidad deseadas.
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