La nota anterior de Saber de-mente trajo consigo algunos comentarios de mis lectores. Escribí sobre la futura adolescencia que gustó a algunas personas y fue poco creíble a otras. Siempre es tiempo de ser futuristas, pues las eternas preguntas de “¿quién soy?” y “¿a dónde voy?” están presentes en nosotros en algún momento de la vida y no nos damos cuenta de que el sentido de nuestra vida va cambiando de generación en generación. Hoy, como lo escribe Yuval Noah Harari (“21 lecciones para el siglo XXI”, Ed. Debate, 2018), el cambio es la única constante y resulta casi imposible predecir cómo se vivirá en el futuro.
Si un servidor vivirá en el año 2050, podría contar con 30 años de edad y estar en plena juventud. Ya habría terminado la carrera de psicología (de la cual no me puedo desprender), pero estaría cursando una nueva carrera, como sería la costumbre, y me decidiría por aquella que aborda el uso de tecnologías y la inteligencia virtual. Me sería muy útil para el manejo de las 30 nuevas aplicaciones para administrar expedientes clínicos y hacer uso de redes sociales en el amplio ciberespacio. Tendría una relación de pareja con una mujer mayor que yo, sin mucho interés en el erotismo, la poesía y desinteresada en la obsoleta interpretación de los sueños. Coincidiríamos en la constante modificación de nuestros cuerpos e interesados en la transformación de ideas y motivaciones de la población joven. Las personas maduras, con un nivel de habilidades estancadas y adaptadas a su tiempo, serán las más complicadas de cambiar. El interés profesional y comercial serían los jóvenes. El costo tan alto de impuestos por tener mascotas en casa se compensaría por el mayor tiempo en casa para obtener información libre y aquella considerada como prohibida o censurada por las autoridades, por el solo propósito de almacenarla.
Las posibilidades de contar con varios estudios universitarios, en un reducido tiempo, haría más versátil la actividad laboral. No se requeriría de altos recursos económicos para la educación, pues el empleo sería temporal, de acuerdo con las demandas del mercado en cada temporada del año. Al igual que el trabajo, el estudio y el lugar de residencia, el conflicto de las parejas será menos amoroso y más racional, pues las expectativas y conveniencias cambiarán con mucha frecuencia. El problema será, nuevamente, la necesidad de depender de alguien que dé estabilidad en todos los sentidos. La psicología dejará de ser psíquica para entenderse como un proceso cerebral explicado por la neurociencia y sus químicos naturales. Sus trastornos se verán en los grupos de personas de edad avanzada, que asisten a numerosos centros de atención para la psiconeurorrehabilitación.
La psicopatología, que nos describe ahora una Clasificación Internacional de Enfermedades, será reducida a procesos no adaptativos y a la poca creencia de los jóvenes en los adultos. Para ellos, el mundo ya no cambiará y seguirán siendo anticuados, pero los jóvenes vivirán en la constante manipulación de la tecnología.
Todo lo poco que he escrito es solo una amenazadora fantasía. No sé de cierto cómo será el futuro y quizá nadie se atreva a dibujarlo. Pero creo que si impulsamos la cultura y las artes, el amor y la solidaridad, a quienes les toque vivir dentro de 30 años, los que ahora nacen, podrán mantener el conocimiento y la experiencia de lo que es disfrutar la vida. Es este el propósito del vivir, no lo perdamos de vista.
* Psicólogo clínico (UAQ), coordinador de área en Salud Mental y Psicológica de IXAYANA y psicólogo clínico adscrito al Hospital General Regional del IMSS-Querétaro. Ver otras colaboraciones de Saber de-mente.