Si no fuera verdad, parecería un chiste de mal gusto: la República Dominicana inició esta semana la construcción de un muro en la frontera con Haití para “controlar” el flujo de migrantes. Y la cosa va en serio: el muro -de hormigón armado- tendrá una extensión de 160 kilómetros y contará con 70 torres de vigilancia y 41 puertas de patrullaje.
Cierto, las cosas están color de hormiga en Haití desde el asesinato de su presidente, Jovenel Moïse, en julio pasado. Habría que agregar su sempiterna crisis económica y la condición de pobreza extrema en la que viven la mayor parte de sus habitantes, la más alta en el continente americano, agravada por el terremoto que azotó a la isla en 2010 y que dejó un saldo de 200 mil muertos.
Las acusaciones contra el primer mandatario dominicano, Luis Abinader, de xenofobia y racismo, no se han hecho esperar. Y no es para menos, pues las comparaciones con el infame muro de Trump para “contener” a los mexicanos, a la sazón tachados de criminales y violadores, son inevitables. El razonamiento del segregacionista neoyorquino era por demás absurdo, considerando que el cruce de personas ilegales había sido el más bajo en una década. Las bromas en años posteriores no se hicieron esperar, ya que cada kilómetro de muro había costado 17 millones de dólares y los paisanos lo cruzaban con una simple escalera de jardín.
Las repercusiones ecológicas de cualquier muro de similar extensión, ya sea en Norteamérica o el Caribe, son las mismas, pues se desquicia la hidrología del lugar y se interrumpe el paso de especies animales nativas de la región (algunas en peligro de extinción), que nada tienen que ver con las fronteras arbitrarias creadas por los humanos.
Sinceramente espero que al mandamás dominicano no se le ocurra después mandar “perros robot” para vigilar el perímetro fronterizo, como lo está haciendo ya Estados Unidos, de manera experimental, en la zona aledaña a El Paso, Texas. Sí, Trump dejó de ser presidente, pero el racismo sigue siendo racismo, ¿cierto?
A propósito de racismo, el historiador Mikkel Bolt Rasmussen señala que ejemplos como los aquí acotados son propios del renovado fascismo de los tiempos actuales: “El posfascismo ha sido exitoso debido a su habilidad de reducir la justicia social a una política identitaria reaccionaria, sustentada en el miedo y en enemigos fácilmente identificables”.
Esto me recuerda una película que vi recientemente: “El espía y el poeta”, en la que se narra la última etapa de vida de Gabriele D’Annunzio, un excéntrico literato e ideólogo a quien se le atribuye la invención del fascismo italiano. Tal vez te produzca escalofríos, lector / lectora, la descripción de la sociedad por él imaginada: “Los hombres habrán de dividirse en dos razas. La raza superior, la cual se elevará gracias a la energía auténtica de su voluntad… y la inferior, que poco o nada tiene. La suma primordial del bienestar corresponde a los privilegiados, cuya nobleza personal los hará acreedores de todos los privilegios. Los plebeyos, condenados a sufrir, seguirán siendo esclavos”.
D’Annunzio murió en 1938, sin embargo pareciera que su espíritu sigue por allí, atravesando muros.
(CONTINUARÁ LA PRÓXIMA SEMANA).
Referencia bibliográfica: Rasmussen, M. B. (2018). “Postfascism, or the cultural logic of late capitalism”. Third Text, (32) 5-6, 682-688.