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septiembre 20, 2024

La escalofriante era de los muros (parte 4)

Las murallas se han erigido para segregar a los grupos humanos; pensemos en el muro de Trump, que divide en más de un sentido a los anglosajones de nosotros. Sin embargo, existen otras barreras levantadas con el mismo propósito. Es el caso de las urbanizaciones cerradas (‘gated communities’, en inglés), a las que me refería en este espacio la semana pasada y cuyo propósito es encapsular a las clases sociales privilegiadas para evitar que los “plebeyos” se infiltren en sus fraccionamientos exclusivos “de ensueño”.

Otra de estas barreras, mencionada por el antropólogo Anand Pandian, es de naturaleza móvil. Se refiere a los vehículos utilitarios deportivos (también identificados por las siglas SUV). En México hablaríamos, por ejemplo, de Cadillac Escalade, Porsche Cayenne, Range Rover Sport, Land Rover Discovery, Audi Q7, BMW X1 o X5, Chevrolet Suburban o Tahoe, Nissan Armada, Infinity QX80, Ford Expedition, Lincoln Navigator, Toyota Land Cruiser, Mercedes-Benz clase G, Jeep Wrangler y Mitsubishi Montero, por mencionar los de más alto valor en el mercado.

De acuerdo con Pandian, una de las razones por las que las SUV han ganado fuerza en el mercado automotriz en años recientes es que hacen sentir seguros a sus dueños cuando se aventuran por la jungla citadina. A dichos individuos se les atribuye un estatus social superior, no solo por su elevado nivel de ingresos, sino porque los vehículos que conducen son verdaderas fortalezas metálicas en movimiento, que hacen ver a los peatones y a los demás automovilistas como simples mortales cuando estas pasan a su lado.

Es también el caso de aquellos ejecutivos urbanos que optan por conducir enormes camionetas de carga en los espacios urbanos y gustan de desplazarse en -digamos- una impresionante RAM-1500, una Ford F-350 Super Duty, una Chevrolet Silverado 1500, una Toyota Tundra TDR Pro o una Nissan Titan.

De acuerdo con Sara Redshaw, una investigadora social australiana, conducir un automóvil es una actividad que ha tenido su particular encanto desde los albores del siglo 20, lo cual la lleva a preguntarse: “¿Nos convertimos en personas diferentes cuando estamos tras el volante, protegidos por una caparazón metálica que nos faculta a insertarnos en el dominio público con la mayor de las comodidades?”. Vista de esta manera, la máquina automotora se convierte en la segunda piel de sus pasajeros, quienes viven temporalmente encerrados en un mundo propio.

Redshaw afirma que el automóvil es un símbolo de control masculino, apalancado en valores culturales sustentados en la velocidad, el poder y la conquista de la naturaleza. “El gusto por vehículos grandes y poderosos -señala- ha crecido a la par del desarrollo de la tecnología automotriz, y los fabricantes apelan a un mayor poder para inducir a los consumidores a adquirir nuevos modelos”. Para concluir, Roxana Kreimer apunta en “La tiranía del automóvil” que en el imaginario colectivo un coche es una esfera cerrada de intimidad, asociada a la libertad del automovilista y en menoscabo del peatón. Es, para decirlo de alguna manera, una muralla sobre ruedas.

Referencia bibliográfica: Redshaw, S. (2017). “In the company of cars: driving as a social and cultural practice”. Estados Unidos: CRC Press.

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