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septiembre 20, 2024

La insidiosa práctica del “bacheo” organizacional

Amplio motivo de orgullo para los mexicanos es la extraordinaria actuación que está teniendo “Checo” Pérez en la Fórmula 1. Si bien el tema que hoy abordo tiene que ver con las organizaciones y no con las máquinas de alta velocidad, encuentro un símil interesante entre unas y otras, pues ambas deben operar en condiciones sumamente cambiantes.

En el caso de la Fórmula 1, el Ferrari de Charles Leclerc hubo de sufrir cambios drásticos entre el Gran Premio de Azerbaiyán y el de Canadá, corrido el domingo pasado, ya que a su vehículo le fueron cambiados de golpe y porrazo el motor de combustión, el turbo, la unidad generadora de motor y la unidad de poder eléctrico.

En cuanto a las organizaciones, los cambios tecnológicos y de mercado se dan en forma vertiginosa, a diferencia de los años 70, cuando en México se le apostó a un modelo que propiciaba la estabilidad económica para garantizar el desarrollo del país, cosa que hoy parecería un sueño guajiro.

Dado que el cambio resulta la única constante en las organizaciones actuales, estas están obligadas a aprender sobre la marcha, sí o sí, si aspiran a sobrevivir a las tormentas que han llevado a tantas a pique desde el inicio de la pandemia, que nos puso a todos de cabeza.

Por lo anterior, el tema de aprendizaje organizacional ocupa un lugar prioritario en la agenda de los directivos empresariales. En un ensayo intitulado “Hacia la identificación de dimensiones relevantes relacionadas con el aprendizaje organizacional”, Adriana Norma y Fassio y María Gabriela Rutty, docentes de la Universidad de Buenos Aires, subrayan la importancia de la experiencia que van adquiriendo acumulativamente las organizaciones en la resolución de los problemas que cotidianamente confrontan.

Fassio y Rutty definen el aprendizaje organizacional como “un proceso dinámico que permite a la organización adaptarse a los cambios del entorno, favoreciendo la modificación de los patrones y rutinas de comportamiento establecidos”. Un elemento clave en este proceso es su efectividad para identificar y corregir errores. Chris Argyris, un reconocido teórico organizacional, argumentaba que la mayoría de las organizaciones es sumamente inefectiva en este terreno, ya que se limita a “echarle tierrita”, para decirlo coloquialmente, a las fallas que surgen en el camino, en vez de fajarse los pantalones para eliminarlas a fondo. Diríamos, pues, que la insidiosa práctica del “bacheo organizacional” les impide aprender de sus errores.

De ahí que, de acuerdo con Fassio y Rutty, las organizaciones requieran de un APRENDIZAJE GENERATIVO, a través del cual puedan adelantarse a sus competidores a partir de una lectura adecuada del entorno. De esta manera, estarán en capacidad de “adquirir, compartir, almacenar y utilizar el conocimiento adquirido por medio de las nuevas tecnologías y de los procesos desarrollados al interior de la organización”.

Para lograr lo anterior, los directivos deben plantearse preguntas como las siguientes, que los colocarán “al frente de la parrilla de salida”, si se me permite recurrir, una vez más, a un símil de las competiciones automovilísticas: ¿qué tan buenos somos para identificar los problemas?, ¿ofrecemos respuestas verdaderamente innovadoras?, ¿de qué manera incorporamos las nuevas soluciones a la rutina diaria?, ¿quiénes deben ser los encargados de implementarlas y cuáles son los resultados que deseamos tener?, ¿de qué manera los evaluamos?

Espadas y palabras

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