Aunque este sistema de codificación y decodificación de datos se desarrolló técnicamente en 1994, en Japón, para uso industrial, su auge global como herramienta de consumo comenzó en 2002, cuando estos módulos que almacenan información en una imagen bidimensional pudieron ser leídos mediante un teléfono inteligente
“Hace casi tres décadas, en 1994, un ingeniero de la empresa japonesa Denso Wave quiso mejorar el sistema de etiquetado de las cajas de componentes para automoción que debían distribuir por las distintas partes de la fábrica, filial de Toyota, donde se utilizaban hasta entonces los famosos códigos de barras”, explica Jordi Serra Ruiz, profesor de Informática, Multimedia y Telecomunicación de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) en Barcelona, España.
Los códigos de barras permiten codificar una información transformándola en un conjunto de barras verticales paralelas de diferente grosor y espaciado, las cuales son leídas y decodificadas pasando un escáner lector sobre las barras, para extraer su información.
El ingeniero Masahiro Hara pensó en la manera de mejorar este sistema, el cual era limitado y requería acceder a una base de datos para saber qué representaban los códigos barrados, según el docente de la UOC (www.uoc.edu).
“Un día, jugando al ‘Go’, juego oriental de estrategia que se juega con fichas redondas blancas y negras sobre una cuadrícula de líneas dibujada en un tablero, al ingeniero Hara se le ocurrió una manera de utilizar esos puntos blancos y negros para codificar la información en dos dimensiones, en lugar de una, como se hacía con los códigos de barras”, explica Serra.
De ese modo, Hara y su equipo diseñaron un método para codificar datos (letras y números) en una matriz de puntos de dos dimensiones, con tres cuadrados en las esquinas.
Así nacieron los códigos QR, siglas de la frase en inglés ‘Quick Response’ (respuesta rápida), cuya imagen presenta a simple vista similitudes con el tablero y las fichas del juego del ‘Go’.
“El método QR permite codificar cualquier frase en el sistema ASCII (código de caracteres para intercambio de información basado en el alfabeto latino) y, desde ahí, trasladarla al sistema binario (sistema para representar textos y datos, usando los dígitos 0 y 1), el cual se representa con puntos de color blanco y negro, similares a las fichas del ‘Go’”, según Serra.
“Básicamente, la codificación de los datos (letras y números) que se desea introducir se rellena, empezando por la parte baja del código QR y terminando por la parte alta”, explica este docente.
Cada imagen de un QR encierra un conjunto de caracteres que puede ser decodificado por un dispositivo lector, llevando de inmediato al usuario a una dirección URL, a una aplicación (‘app’), un mapa de localización, un correo electrónico, un perfil en una red social o a la descarga de un archivo desde la web.
“Los códigos de barras tradicionales se leen en un solo sentido: de arriba abajo. Ello limita la cantidad de información (por lo general, alfanumérica) que pueden contener”, indican por su parte desde la compañía de ciberseguridad Kaspersky Lab, KL, (https://latam.kaspersky.com).
Evolución del código de barras
En cambio, los códigos QR son “bidimensionales”, es decir, se leen en dos sentidos: de arriba abajo y de derecha a izquierda, una particularidad les permite almacenar más información que los códigos de barras tradicionales, según esta misma fuente.
Para el equipo que inventó los códigos QR, era fundamental que fueran fáciles y rápidos de escanear y que tuvieran un aspecto distintivo, que ayudara a identificarlos. El resultado fue el icónico diseño cuadrado que hoy seguimos usando, según KL.
“El primer código QR podía albergar hasta 7 mil caracteres numéricos, junto con otros tantos ‘kanji’ (caracteres utilizados en la escritura del idioma japonés) y era 10 veces más rápido de leer que un código de barras convencional”, puntualizan.
El sistema QR fue liberado (pasó a ser código abierto), y Denso Wave, no solo puso su invento en manos del público, sino que además se comprometió a no ejercer sus derechos de patente, según Kaspersky.
“Esto hizo posible que cualquier persona, desde entonces y hasta hoy, pudiera usar y crear sus propios códigos QR”, aseguran.
Aunque la idea no fue un éxito inmediato, porque los códigos QR eran sencillos de crear, pero no era tan frecuente tener un dispositivo para poder leerlos.
El sistema QR tuvo una rápida acogida en la industria automotriz, pero fue ganando terreno más lentamente en otros sectores de la cadena de manufactura, según KL.
El éxito fue llegando a lo largo de los años, bajo el impulso del creciente interés de los consumidores japoneses, que en aquella época esperaban que las grandes empresas fueran “transparentes” y querían saber el origen, no solo de los automóviles, sino también el de los alimentos, las medicinas y otros productos.
2002: el auge
Aunque el primer sistema de códigos QR vio la luz en 1994, el éxito de la idea a gran escala y su fusión global llegaron en 2002, hace ahora 20 años, cuando aparecieron los primeros lectores móviles.
Ese año debutaron en el mercado japonés los primeros ‘smartphones’ con lector de códigos QR incorporado. La novedad no pasó desapercibida entre las empresas y pronto aparecieron los primeros códigos QR orientados al consumidor, recuerda KL.
En 2004 aparecieron los microcódigos QR y en 2008 se lanzaron los códigos iQR con módulos rectangulares. El primer iPhone incorporó un lector de códigos, y las empresas y marcas comenzaron a crear sus propios QR, sabiendo que podían ser grandes herramientas comerciales, según KL.
Para 2012, cuando obtuvo un premio al diseño industrial, el código QR ya tenía un auge mundial y estaba en revistas, panfletos, gigantografías y todo tipo de lugares, añaden.
Actualmente ya existen códigos QR con medidas antifraude, sistema de trazabilidad y métodos de protección comercial.
Además, estos códigos han ampliado su gama de aplicaciones, siendo utilizados para operaciones tan disímiles como transferir dinero o ubicar un objeto en un contexto de realidad aumentada.
“Durante la pandemia, este sistema que permite efectuar operaciones electrónicas evitando el contacto físico y con superficies, fue utilizado en tareas relacionadas con la detección del coronavirus y la monitorización del Covid-19, y fue utilizado en transportes, restaurantes o ascensores, para acceder a lugares como Disneyland o pagar impuestos”, según Serra.
“Los museos los utilizan ahora para ofrecer instrucciones e itinerarios, e incluso se usan para realizar llamadas o para dar la información de conexión de una wifi pública”, concluye.