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noviembre 26, 2024

Cada quien sus fobias (parte 1)

En casa de ustedes, cuando requerimos de algún servicio de plomería, llamamos a Felipe (llamémosle así, si bien se trata de una persona real). Lo hemos hecho por años porque hace su trabajo de las mil maravillas. Felipe, que ronda los 50, sigue siendo un hombre fuerte y se maneja con aplomo, salvo en un tipo específico de situaciones: le tiene un miedo irracional a los perros.

Razones no le faltan. Nos cuenta que hace ya muchos años, mientras cumplía con sus deberes en el patio de un cliente, el perro de la familia, un can por demás agresivo, se le echó encima y lo aterrorizó por largos minutos, que le parecieron horas, pues nadie acertaba a escuchar sus desesperados gritos de auxilio.

Por ello, cada vez que Felipe acude a un llamado nuestro, el ritual siempre es el mismo: tenemos que salir antes para sostener al perro, que acostumbra andar libre en el patio. Y es que si no lo detenemos, Felipe no entra. Así de simple. Con el paso de los años, nuestros perros han ido cambiando, pero hasta ahora ninguno lo ha atacado, pues han aprendido a reconocerlo. Pero eso poco importa, pues él no olvida el episodio tan traumático.

Felipe comparte este rasgo con un segmento similar de la población: padece de una fobia, tema que abordo en esta serie. En su libro “Ansiedad, estrés, pánicos y fobias” (2016), Enzo Cascardo y Pablo Resnik definen este fenómeno como “un miedo intenso, desproporcionado, con relación a la situación que lo desencadenó, y que suele provocar conductas evitativas”. ¿Cómo podemos estar seguros de que se trata de una fobia y no solo de un miedo como tantos otros? Al igual que en el caso de Felipe, si esta conducta interfiere con la vida cotidiana del individuo debido a su intensidad y naturaleza agobiante, y se extiende por más de seis meses, entonces nos encontramos ante un trastorno fóbico, susceptible de ser abordado en un espacio terapéutico.

Tal vez el lector se pregunte: “Bueno, ¿y por qué Felipe no ha acudido en busca de ayuda?”. Para responder tan razonable interrogante, recurro a Kate Summerscale, quien en un artículo reciente en el diario británico “The Guardian” afirma que, si bien las fobias son tratadas generalmente con éxito, “la mayoría de la gente no las reporta, prefiriendo en su lugar evitar el contacto con aquello que las desencadena”. De acuerdo con la citada periodista, los estudiosos del tema estiman que aproximadamente una de cada 10 mujeres y uno de cada 20 hombres experimentan algún tipo de fobia.

Los porcentajes se elevan considerablemente si se trata de casos más bien leves. Pensemos, por ejemplo, en quienes le sacan la vuelta a hablar en público: lo pueden hacer y lo hacen si es necesario, pero si les dan a escoger, preferirán que otros lo hagan. En situación parecida se encuentran quienes se ponen nerviosos de volar en avión o aquellos que posponen tanto como pueden una visita al dentista. Yo formé parte de estos últimos hasta que encontré a un excepcional odontólogo, quien se esmera en reducir al máximo las molestias de quienes nos honramos en ser sus pacientes (¡cordiales saludos, Dr. Carlos Soria!).

En la siguiente entrega hablaré de las fobias más comunes y de las razones sociales y biológicas que nos llevan a padecerlas.

¿Nos ha vuelto Internet más intolerantes? (parte 3)

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