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Por qué se arruina una relación de pareja (parte 6)

Habiendo abordado hasta aquí las omisiones y errores en los que típicamente incurren los cónyuges para echar por la borda una relación de pareja, así como los acertados consejos de los terapeutas matrimoniales para salvar la relación, me enfocaré ahora en un aspecto fundamental que a menudo pasa inadvertido: la llamada NEUROBIOLOGÍA DEL AMOR, es decir, los cambios conductuales y hormonales experimentados en la fase del enamoramiento, cuando sentimos “mariposas en el estómago” ante quien nos “alborota la neurona”.

El enamoramiento es un fenómeno biológico caracterizado por la atracción física mutua entre dos individuos de la especie. En su libro “El enamoramiento y el mal de amores”, Alberto Orlandini enlista las conductas características de este ritual evolutivo de la especie humana: robar una mirada, que con el paso del tiempo se vuelve prolongada; “caída de ojos” (popularmente conocida como “ojitos de borrego a medio morir”), sonrisas discretas, voz temblorosa, aproximación física, humedecimiento de los labios, tocamientos supuestamente casuales y sincronización de movimientos corporales (p.11).

A nivel bioquímico, estas conductas tienen su origen en la corteza cerebral, cuyos impulsos son transmitidos al sistema endocrino, el cual ordena la segregación de dopamina, un neurotransmisor que conduce a los enamorados a un estado de euforia. La revista “National Geographic” (2016) describe así dicho proceso biológico: “Cuando uno se enamora siente un intenso deseo de intimidad y unión física, un deseo de reciprocidad, temor al rechazo, frecuentes pensamientos que interfieren con la actividad diaria, pérdida de la concentración”, y el impulso de colocar en un pedestal a aquel o aquella que nos “robó el corazón”, si se me permite el toque melodramático.

A propósito de cursilerías, recuerdo que la imagen de Chris, mi querida hoy esposa, gravitaba una y otra vez en mi cabeza en la fase de enamoramiento, al tiempo que repetía ‘ad nauseam’ una canción del “Divo de Juárez” que forma parte de mi repertorio de placeres culposos: “Tú estás siempre en mi mente, / pienso en ti, amor, a cada instante, / ¿cómo quieres tú que te olvide? / Si estás tú, siempre tú, tú, tú, / siempre en mi mente”.

Los neurocientíficos y los etólogos, a quienes les tiene sin cuidado que los tachemos de poco o nada románticos, no tienen empacho alguno en describir, como ya explicaba, el amor como una compleja respuesta fisiológica experimentada por los machos y hembras de la especie humana para estimular el instinto de procreación. Dos hormonas se encuentran estrechamente ligadas al fenómeno amoroso: la oxitocina y la vasopresina, las cuales, al ser liberadas por la pituitaria, estimulan la liberación de dopamina.

En un ensayo publicado por la revista “UNAM Global” (2023), Michel Olguín Lacunza estipula que la duración cronológica del enamoramiento suele ser de tres a siete meses. Si en este periodo la pareja no se empeñó en fincar un amor verdadero, la atracción física llegará a su inevitable final y la experiencia habrá quedado en el proverbial “amor de verano”, típico de los adolescentes.

(Continuará la próxima semana)

Referencias bibliográficas: Olguín Lacunza, M. (2023). “¿Cómo distinguir el enamoramiento del amor?”. Revista “UNAM Global”, edición del 10 de septiembre. / “¿Por qué nos enamoramos?” (2016). Revista “National Geographic”, edición en español, 14 de febrero. / Orlandini, A. (1998). “El enamoramiento y el mal de amores”. CDMX: Fondo de Cultura Económica.

Por qué se arruina una relación de pareja (parte 5)

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