El Lazarillo Pacheco
Juan es el nombre más común para niños en México. “Nuestro tiempo”, última entrega de Carlos Reygadas, diluye las masculinidades hasta el absurdo. Una dehesa del campo mexicano, un día de niebla, en medio de la calma una manada de toros de lidia pasta. Un par de toros empieza a enfrentarse, se persigue; parece como un juego, pero la naturaleza no juega: se están midiendo. El momento va escalando hasta que el choque entre los cuernos se vuelve más frenético. La contienda encuentra su final cuando uno de los toros, entre embates, cae por un barranco, se escucha quebrarse el cuerpo, es una altura considerable. Una sombra de toro se asoma al barranco, solo para mirar un instante y alejarse. El momento de silencio y neblina regresa, los toros se dirigen hacia algún lugar. En otra toma, solitario, un toro camina en medio de la neblina, parece errante, se mantiene un instante al borde del encuadre y sale, dejando un paisaje neblinoso sobre el que aparece el título: “NUESTRO TIEMPO”. Corte a negros y créditos.
La película trata de Esther… ¡perdón!, Juan, un reconocido poeta, de “amplias” ideas, quien accede a que su esposa mantenga una relación amorosa con un amigo veterinario con quien trabaja en su rancho de crianza de toros. Esther, su esposa, es la administradora del rancho y, aunque él es el encargado de escoger a las bestias, es mucho más capaz en las tareas de crianza y de lidia, además de llevar las labores del hogar como cualquier otra madre mexicana. La relación empieza a caer cuando Esther comienza a ocultar su ‘affair’ con el veterinario. Ante esto, Juan no parece capaz de controlar sus celos. Originalmente el actor de la película sería Xavier Velasco, escritor mexicano, pero después de 10 días de rodaje, el mismo Carlos Reygadas decidió actuar junto a su esposa, Natalia López. ¿Celos o coincidencia? Su cine, además de ser un conjunto de conceptos amalgamados sobre una estética provocadora, termina siendo una mirada al propio espejo del realizador. Más adelante en el filme, Esther viaja a la ciudad y visita la ópera; una sinfonía para timbales, algo muy raro y más aún de una compositora mexicana, algo de verdad MUY extraño. Antes del inicio del concierto, el presentador hace mención de otra visita entre los asistentes: Esther, una gran mujer, esposa de Juan, aclamado poeta que ese día no pudo asistir, pues recibía una presea en Canadá; ante la noticia, el público regala un momento de reconocimiento con las palmas; Juan, aún no estando presente, se lleva la noche. Atrapado en su incapacidad, Juan, como un caballero, habla de frente con Phil, su amigo veterinario, y lo convence de seguir en la relación con Esther. Ella nunca se entera hasta el final, cuando vemos, después de una escena familiar, a Esther escapar de los brazos de un Juan que intenta abrazarla. Ella lo mira fijo, le confiesa lo que ya sabe: que ellos fueron quienes manejaron los hilos. “Hijos de puta”, no espera respuesta, lo deja parado ahí, fuera de foco. Juan camina a la cocina, Blanquita, la señora que les ayuda en la casa, lava los platos. Él, mirando por la ventana, bebe su café, quizá pensando en las últimas palabras de su mujer para intentar plasmarlas de alguna forma en un texto, al final del día él es un poeta, es él la poesía, como ese toro al fondo del barranco.
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