Un conejo de acero inoxidable valuado en 91.1 millones de dólares, un mingitorio firmado bajo el seudónimo de R. Mutt, una caja de zapatos en el MET; tales obras tienen en común las opiniones polarizadas que generan, sin embargo, por regla general existen más detractores que seguidores del arte contemporáneo, quienes consideran que el único elemento que eleva a una pieza de uso generalmente cotidiano o situaciones comunes a la categoría artística es el espacio físico en el que se encuentra, galerías o museos, ya que sin encontrarse en estos lugares y sin una debida explicación de la idea, estas piezas no transmiten absolutamente nada.
La película del sueco Ruben Östlund, ganadora de la Palma de Oro en el Festival de Cannes del año 2017 y nominada en la categoría de Mejor película extranjera en los premios Oscar, “The Square”, de manera satírica nos habla sobre la relación que existe entre la audiencia, el gremio artístico y el arte contemporáneo; su nombre traducido al español “The Square: la farsa del arte”, nos deja ver lo que pretende retratar el largometraje, con la particularidad de que, en este caso, no es el arte en sí el que es objeto de crítica, sino que lo somos los que nos ostentamos como apreciadores, curadores o creadores de arte: nosotros somos los farsantes.
Siguiendo el día a día de un curador en jefe de una galería de arte que se encuentra bajo el ojo del huracán por una campaña publicitaria encaminada a promocionar la inauguración de su nueva exposición llamada “El Cuadrado”, cuyo fin último es suscitar una reflexión sobre el altruismo, de una manera dura e incómoda, este metraje nos cuestiona hasta qué punto estamos dispuestos a incomodarnos en nombre del arte; define de manera sutil e inteligente los límites que nosotros mismos, inconscientemente, trazamos y sobre los cuales basamos nuestra apreciación del arte, es decir, critica la manera en que exigimos una reflexión, provocación o crítica profunda a nuestro sistema social, siempre y cuando esta transgresión no altere nuestra propia esfera de comodidades.
¿De qué nos sirve un arte transgresor y crítico a su realidad social si las mentes detrás de una pieza únicamente la utilizan como un generador de dinero y las personas que la admiramos nos basamos en ella para catalizar una reflexión pobre y superficial que durará lo mismo que nuestra estancia en un museo? Östlund nos plantea tal interrogante haciendo uso de la ironía, el humor negro y una fuerte crítica a la xenofobia; con esa pedrada, el director seguro habrá descalabrado a más de uno de nosotros.
Sin lugar a duda, esta obra por sí misma podría ser considerada una pieza de arte contemporáneo, una obra que suscitará reflexiones, opiniones encontradas, grandes momentos de incomodidad y nos invitará a ser un poco más críticos con nosotros mismos y con el lugar que ocupamos frente al arte… “¿Te gusta el arte?, ¿estás segura?, ¿eres capaz de llevar a ejecución los discursos que proclamas y tanto admiras?”… Mi mente, sin respuesta, se preguntaba mientras veía la película y mientras escribo estas líneas. Seguramente seguiré sin darles una respuesta pronta; lo que sí sé es que las mismas preguntas volverán a retumbar en mis oídos la próxima vez que pise un museo.
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