La Lazarilla
¿Cómo es que se puede amar tanto a algo a lo que le temes tanto? Solo así podría describir mi mexicanidad, porque por un lado está mi México folclórico lleno de colores, olores, sonrisas y sabores, y por otro, mi México corrupto, machista y asesino. Un país en el que para disfrutar la vida se tiene que tener privilegios, hacerse de la vista gorda o escapar. Un México en donde, más que rostros, preferimos cifras y en donde, más que sanar, preferimos festejar: ¡porque viva México, pero jamás su gente!
Para nosotros, los cineastas mexicanos, es doloroso contar este tipo de historias, pero lo hacemos como un grito de resistencia y acompañados de los fantasmas de nuestros antepasados. Lo hacemos esperanzados de que las voces que son difíciles de escuchar pero que sin duda nos gritan sean escuchadas y, entonces, podamos vivir el renacer de nuestro país. Precisamente así se siente la ópera prima de la directora Fernanda Valadez, “Sin señas particulares”, una obra honesta que, con el símbolo, logra presentar el otro lado del México turístico.
“Tan solo en el 2020 más de 80 mil personas desaparecieron en México”.
Sin señas particulares
Una poeta de la imagen, diría mi querido esposo si tuviera que describir la obra de Valadez, la brutal honestidad y calma con la que retrata la historia de Magdalena (Mercedes Hernández), una mujer que busca a su hijo en medio de un país sumido en el caos del crimen organizado, es hipnótica. El uso de figuras retóricas ya exploradas en el cine mexicano nos habla de su amor por el país, pero también de su duelo como mexicana: el diablo y su indomable pertenencia en el territorio mexicano, la famosa Ley de Herodes, “¡O te chingas o te jodes!”, la tierra caliente que más que playa se dibuja como desierto y hasta la resignación de enterrar a tu hijo con cuerpos prestados. Todo esto llena la cinta de un México cubierto por el manto de la erradicación del que se habla en el extranjero, pero poco en las cámaras de legisladores.
El cine como el de Valadez transforma realidades, las hace palpables para el resto del mundo; por eso siempre he pensado que la máquina del tiempo fue inventada ya hace un tiempo y la conocemos como el séptimo arte. El cine nos permite no solo imaginar, sino aceptar y deconstruir lo que pensábamos como un hecho para desecharlo y construir mejores territorios, mejores legislaciones, mejores sociedades. El cine nos permite viajar no solo en el tiempo, sino a distintas dimensiones, dimensiones que existen en la vida de cada ser que habita en el planeta, son viajes que nos permiten conocer la más antigua de las emociones y, sí, verdaderamente trabajar para cambiarlas.
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