“Una película de policías”: ABISMO, servicio público en México

El Lazarillo Pacheco

Hace un par de semanas, estuve con un ‘crew’ pequeño grabando al interior del IMSS, encomendado para hacer un video que muestre la labor del enfermero. Conseguir el permiso de ingresar fue un calvario: había que esperar permiso desde federación y ver si los convencía el proyecto. Una segunda opción fue hacer el levantamiento de imagen en un hospital privado; no era viable: las instalaciones, pensamos, van a ser muy distintas, y sí, en efecto: estando dentro del seguro, no se ve lo que se puede llamar una instalación de “primer mundo” (repudio esa expresión como el principio sobre el que está acuñada), lo que sí había eran trabajadores de salud que se entregan todos los días a su trabajo y a los pacientes. Aun con todas las carencias que a primera vista surgen por compararnos con otros estándares, la gente del IMSS realiza su trabajo como los héroes que son.

Como el servicio público de salud, otra institución altamente criticada es el servicio de seguridad pública. Desde la corrupción diaria, hasta la impunidad, la institución de policías, es, si no la más atacada, la que menos confianza y seguridad provoca en los ciudadanos. Vaya ironía: los elementos de seguridad, que son quienes brindan la idea de seguridad, son los que generan una sensación de abandono y miedo.

“Una película de policías” no pretende evidenciar ni juzgar con brazo de hierro a la institución, sino que busca, a través de un formato pocas veces visto en el cine (documental o ficción, una misma línea), retratar la dura realidad contra la que lidian los servidores público encargados de la seguridad en nuestro país.

Está contada en tres actos, con un abordaje fresco que abre posibilidad a una exploración del cine documental muy interesante. El film comienza con un formato de falso documental, en donde los protagonistas van narrando anécdotas interesantes que les tocó vivir mientras trabajaban como policías en CDMX y vamos acompañando a los personajes en sus patrullajes por la ciudad mientras nos narran en primera persona todas sus peripecias.

En el segundo acto, Alonso Ruiz Palacios nos muestra nuevamente el cine dentro del cine y a media toma de entrevista corta la acción para dejarnos ver al ‘crew’ que graba este falso documental, y, por primera vez en su cine, nos deja fuera de la ficción por un largo tramo. En este acto, Alonso rompe el estigma de que el cine debe ser grabado en horizontal y nos presenta una serie de videos verticales grabados con el celular, en donde cada uno de los protagonistas va narrando en forma de diario la experiencia que vivió preparándose para su papel asistiendo a la Academia de Policías.

Para este punto el director ya te tiene convencido de que todo era una ficción; sin embargo, a lo largo del tercer acto, en el que regresamos al formato de entrevistas, se nos revela que el filme es en realidad una crestomatía de una historia real y podemos ver por primera vez el rostro de los oficiales, cuya labor se vio interrumpida gracias a un político de medio pelo y corrupto que se encargó de joderles la vida solo por intentar hacer bien su trabajo, dejándonos al final el sabor de boca que ya conocemos, del México injusto del que todos de alguna manera formamos parte.

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