La locura de vivir al máximo

Julio Ortiz Galimberti

“Mira a Tom Cruise, es un enano, pero en sus películas hace papeles de gente de altura normal”, Ronald “Mac” McDonald.

Cuando la pandemia de Covid-19 obligó el cierre de las salas de cine, nadie estaba seguro de qué sucedería con la industria cinematográfica. Muchos vieron la muerte definitiva de la “ida al cine” y la victoria irrefutable del “Netflix and chill”. Uno a uno, los grandes estudios fueron cediendo ante las plataformas de ‘streaming’, accediendo a que sus nuevas producciones fueran estrenadas en los servicios de transmisión por Internet, ya fueran propios o ajenos. Un pequeño grupo de disidentes tenía otras cosas en mente. Unos cuantos valientes decidieron que no iban a permitir que su trabajo se mudara de la pantalla grande a la pantalla de un celular en el baño. Quién iba a pensar que un exseminarista convertido en cienciólogo sería el elegido para salvarnos en estos oscuros tiempos.

Tom Cruise protagoniza y, por supuesto, produce “Top Gun: Maverick”, secuela de uno de los primeros éxitos de taquilla del actor, quien se ha hecho famoso, llegando a icónico, por ser sinónimo de cine hecho “a la antigua”, que está pensado para verse en una pantalla grande, grabado con la mayor cantidad de efectos prácticos, dándole la espalda al uso exagerado de CGI que plaga la industria cinematográfica actual y, sobre todo, entendiendo que, al final del día, el cine es una forma de entretenimiento.

La película narra la historia del piloto Pete “Maverick” Mitchel, quien después de un acto de rebeldía se ve relegado a preparar a un equipo cuya misión es destruir una planta ilegal de enriquecimiento de uranio. Lo que sigue es la película más ochentera que he visto en 20 años. La trama, los personajes, la música y hasta el humor bien podrían haber sido tomados directamente de una película de 1980, si no fuera por la calidad de la cinematografía, bien se podría pensar que uno está viendo una película de hace 40 años. Nostalgia bien hecha que no se toma a sí misma tan en serio, se divierte con sus ideas y logra que la diversión que claramente tomó parte detrás de la cámara acabe permeando cada escena.

Es aquí donde entra el genio de Tom Cruise. Obstinado con que la película fuera estrenada en cines, que contuviera la menor cantidad de CGI posible y, como siempre, que la mayor parte de los ‘stunts’ fuera realizada por él mismo, nos da una muestra más de lo que es ir un paso, o una zancada, más allá cuando uno hace lo que ama. Además de su clásica escena corriendo, Tom Cruise pilotea su propio avión, para lo cual tiene licencia, maneja un velero, después de un cambio de locación para la escena, ya que “el agua estaba muy tranquila en la primera locación”, y de paso le hace uno de los homenajes más emotivos que he visto en una película a Val Kilmer. Todo esto, como una especie de carta de amor y agradecimiento a la película que lo lanzó a la fama mundial y que le permitió haber vivido todo lo que ha vivido.

Es fácil juzgar a Tom Cruise. Que si le hizo manita de puerco a Oprah. Que si yo también tendría licencia de piloto si fuera millonario. Que si uno debe estar loquito para pensar que una raza alienígena creó a la humanidad tirando las almas de sus presidiarios a los volcanes de la tierra…

En sus propias palabras: “Escojo grandes películas y luego hago grande el papel”. No importa el papel que te toque en la vida, tú decides interpretarlo al máximo o no. Tom Cruise es lo mejor que pudo haberle pasado al cine y tuvieron que pasar 33 años para que yo lo pudiera apreciar.