Por: Julio Ortiz Galimberti
“Puedes reinventarte. Puedes ser quien quieras ser. Entonces, ¿por qué elegirías seguir siendo tú?” – Malory Archer
¿Cómo fue que acabaste dedicándote a lo que te dedicas? Lo más probable es que una serie de decisiones propias y ajenas, además de un poco de suerte, buena o mala, te hayan dejado en un lugar en el que nunca pensaste o quisiste estar. La realidad es que casi nadie se acaba dedicando a lo que quiere, casi todo mundo acaba haciendo lo que puede. Este juego entre nuestro, supuesto, libre albedrío y nuestra incapacidad de decidir activamente sobre nuestro futuro, prefiriendo mejor dejarnos a la deriva del “destino” ha causado más arrepentimientos que el alcohol. Pregúntale a cualquier persona que trabaje con gente mayor cuál es el lamento más común entre la gente acercándose al final de su vida, y la mayoría responderán que alguna variación de “no haber tomado más riesgos y seguir mis sueños”.
Los Daniels (Kwan y Sheinbert) nos presentan “Everything, everywhere all at once”, la historia de Evelyn (Michelle Yeoh), una mujer que atraviesa una crisis marital y laboral, a la cual se le agrega una espacial y temporal cuando descubre que hay un ser interdimensional intentando destruir el multiverso. Las siguientes dos horas bien podrían descarrilar y convertirse en un simple espectáculo visual sin sentido, a la Marvel. Sin embargo, la historia de Evelyn es una odisea interna, íntima y personal. Una travesía hacia adentro para descubrirse a sí misma y las cosas que realmente son importantes.
A lo largo de la película vemos a Evelyn descubrir una infinidad de universos distintos con una infinidad de versiones distintas de sí misma. Todas estas versiones, surgidas de un mismo punto inicial, son tan distintas a la Evelyn “original” que uno pensaría que las decisiones que la llevaron de ser científica en un universo y propietaria de una lavandería en otro, serían decisiones sobre los aspectos más importantes de su vida. Falso. Comerse una barra de bálsamo labial, ponerse los zapatos al revés o sentarse en un trofeo son solo algunas de las diminutas decisiones que resuenan a través del continuo espacio-tiempo, creando versiones totalmente distintas de las mismas personas.
La verdadera razón por la cual no cambiamos y nunca alcanzamos a desarrollar nuestro verdadero potencial es que ponemos la barra demasiado alto. Llega el año nuevo y queremos bajar de peso. Entonces empezamos por decir que nos levantaremos diario a las cinco am para ir dos horas seguidas al gimnasio. Es normal que, llegado el primer martes del año, abandonemos nuestro propósito. Queremos ser escritores y empezamos por decir que escribiremos varias horas al día y tendremos un nuevo capítulo cada día para tener una novela terminada en dos meses. Es normal que no acabemos escribiendo ni el título. Tal vez con empezar a caminar 10 minutos al día es suficiente para acabar despertando al atleta que podríamos ser. Tal vez con empezar a escribir un par de líneas al día podríamos convertirnos en el autor que siempre hemos soñado ser. Tal vez la paulatinidad es la llave del cambio.
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