Una promesa a su madre y la rigidez de su padre, convirtieron a Óscar de la Hoya en uno de los mejores boxeadores de todos los tiempos
Óscar de la Hoya nació un 4 de febrero de 1973 en un barrio latino en Los Ángeles, hijo de padres mexicanos, Joel y Cecilia de la Hoya. Una familia que cruzó la frontera en busca del “sueño americano” y que vivió carencias económicas, pero que enseñaron a Óscar un espíritu de lucha que sería determinante para su vida.
Durante su infancia, Óscar de la Hoya era muy cercano a su hermano Joel, quien comenzó a practicar el boxeo desde los 9 años. Aunque Óscar pasaba la mayor parte de sus tardes en el gimnasio, viendo entrenar a su hermano, el boxeo no le gustaba.
“Al principio no me gustaba ese deporte (el box), no podía soportarlo porque era muy violento, que me pegaran y me hicieran daño, es algo que no podía soportar”, declaró de la Hoya en una entrevista en 2001.
Sin embargo, la rigidez de su padre, puso a Óscar “contra las cuerdas”, le obligaba a practicarlo, como su hermano Joel, y fue así, casi a la fuerza como el deporte de los puños se fue metiendo en sus venas, hasta ser parte de él, como una característica que no lo abandonará nunca.
Su primera vez arriba de un ring, los guantes eran más grandes que su cabeza, noqueó a su contrincante en el primer asalto, la historia de un campeón comenzaba a escribirse. Conforme avanzó su entrenamiento, la dificultad para encontrar rivales, aumentaba. Era demasiado bueno para su edad y los chicos de sus categorías no querían pelear contra él.
Participó en las olimpiadas juveniles a los 15 años y en los “guantes de oro” a los 17, Óscar de la Hoya ganó ambas competiciones. Fue entonces cuando la joven estrella del boxeo, recibió el golpe más duro de su vida, su madre fue diagnosticada con cáncer y falleció en 28 de mayo de 1990. Cecilia de la Hoya perdió su batalla contra el cáncer de pecho y Óscar, a su admiradora más fiel.
El dolor por la pérdida de su madre, impulsó al joven boxeador, quien como una última promesa, le aseguró a Cecilia que ganaría una medalla de oro en los Juegos Olímpicos, el miedo a faltar a su promesa, lo volvió invencible arriba del ring.
En los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992, Óscar de la Hoya cumplió su promesa, ganó la medalla de oro.
“Sentí como si me hubiera quitado una losa de encima, pude cumplir la promesa que le hice a mi madre. Pensaba en ella todo el tiempo, cuando subí al podio y recibí la medalla, estaba tan emocionado, que podría jurar que ella estaba ahí conmigo”, declaró el campeón olímpico después del combate.
Al volver a casa, Óscar de la Hoya llevó la medalla de oro al cementerio y la puso sobre la tumba de su madre; se había convertido en el campeón que ella siempre soñó.
El triunfo en Barcelona le dio el apodo de “Golden Boy”, ese mismo año, de la Hoya debutó en el boxeo profesional el 23 de noviembre de 1992. En su primera pelea, ganó por nocaut en 1 asalto a Lamar Williams. Dos años después, el 5 de marzo de 1994 Óscar consiguió su primer título del mundo, desplomó de la corona de los pesos súper pluma de la Organización Mundial de Boxeo (OMB) al danés Jimmy Bredahl.
Consiguió siete títulos del mundo, el más significativo el 7 de junio de 1996, en el Caesars Palace de Las Vegas, ante Julio César Chávez. Cuatro asaltos bastaron para que el “Golden Boy”, se alzara con el título mundial súper ligero del Consejo Mundial de Boxeo (CMB).
Finalmente, tras una exitosa carrera Óscar de la Hoya anunció su retiro del pugilismo profesional el 14 de abril de 2009, dejando atrás un récord de 39 victorias y 6 derrotas, para empezar su imperio como promotor, con la agencia “Golden Boy Promotions”, que ayudaría a impulsar la carrera de grandes promesas del boxeo, como Saúl ‘Canelo’ Álvarez.
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