A casi un año de que inició la pandemia ocasionada por el COVID-19, miles de familias han quedado incompletas y a la mayoría de los deudos les es difícil transitar por el camino del duelo; sobre todo porque por las medidas sanitarias no han podido ver ni decirle adiós a su ser querido.
Juan Carlos García Ramos, presidente del Colegio Estatal de Psicólogos de Querétaro (Coepsique), aseguró que el duelo es un estado natural de la vida y aceptar el fallecimiento de un ser querido no es nada fácil, y en una situación excepcional como la de la pandemia existen factores que convierten la muerte en un acontecimiento aún más trágico.
“El duelo se tiene que tramitar en el sentido de que requiere de un tiempo, de un proceso de adaptación, de asimilación y de elaboración; el duelo es normal y forma parte de la ira. Son circunstancias naturales que duelen y en que uno se pone triste”.
Afirmó que la muerte de un familiar es parte de un proceso que hay que asumir y vivir porque no se puede vivir un duelo sin tristeza o malestar emocional, sin embargo, cada persona tiene características diferentes y eso hace que cada una lo asuma y afronte de manera diversa.
“A veces hay quienes viven su duelo de manera muy simple, muy breve, pero hay otras que sí sufren durante mucho tiempo y les resulta un proceso bastante doloroso que puede llevar a presentar estragos de depresión, duelos complicados con problemáticas familiares o de pareja, dependiendo de quiénes lo acompañen”.
Destacó que es necesario poner atención en las personas que presentan esas reacciones poco conocidas del duelo que conlleva no solo la tristeza, sino el enojo, la ira, las ganas de llorar, no querer comer, aislarse y el querer estar con la persona que falleció.
Explicó: “Hay otras características que pueden hacer pensar que ha sido un duelo muy breve o es un duelo congelado o que está detenido, y entonces la persona está ahí conteniéndose y la crisis de duelo puede aparecer en otro momento, en otra situación de pérdida o en un momento de alteración y confusión emocional, en un conflicto que se dé con la familia para poder salir como escape emocional de lo que implica la caracterización del duelo, pero este proceso está detenido, pero ahí está”.
Consideró que cuando se hace una valoración del proceso del duelo se tienen que considerar varios aspectos, es decir, ¿cómo la persona está manifestando su sentimiento y emociones?, ¿cómo está pensando, reflexionando o razonando lo sucedido?, ¿cómo lo está sintiendo su cuerpo?, ¿qué tipo de conductas está teniendo a partir de está situación?, y ¿cómo es esa relación interpersonal que la persona tenía antes y cómo se altera y se limita entonces en estas áreas?
Cada persona vive el duelo de manera diferente, hay quienes no dejan de llorar y sentir la ausencia del ser querido, hay otras personas que en el proceso no lloran, ni externan ningún sentimiento; sin embargo, hay a quienes “les pega” mucho más, porque no pudieron verlas, despedirse de ellas y pedirles perdón.
Este es el caso de Luis Carlos, quien, a tres meses de que su madre falleció, no ha podido sanar o al menos estar tranquilo, pues tiene el sentimiento de culpa de que su madre, de 70 años, murió de COVID-19 tras haberla contagiado él.
“Yo no sabía que tenía COVID-19, no lo sabía porque no presenté ningún síntoma, pero si lo hubiera sabido, no hubiera ido a visitarla a su casa, solo que ahora la extraño y sé que nunca me escuchará ni me perdonará”.
Explicó que desde marzo que inició la contingencia sanitaria, sus hermanos decidieron que solo uno de ellos se haría cargo de su madre y los demás le proveerían de alimentos y todo lo necesario para que su madre no tuviera que salir de casa y exponerse al virus.
“Hacíamos con frecuencia videollamadas, hablábamos por teléfono e incluso el Día de las Madres hizo un enlace a través de Zoom, en el que sus cuatro hijos y sus familias la felicitamos y le cantamos ‘Las Mañanitas’”.
Todo iba bien, relató Luis Carlos; sin embargo, hace tres meses y medio decidió ir a visitarla creyendo que lo hacía con todas las medidas de sanidad, pues traía cubrebocas, usaba constantemente gel antibacterial y desinfectaba los espacios a los que iba.
“No me contuve: cuando la vi, la abracé y la llené de besos, pero esos besos después se convirtieron en enfermedad, sufrimiento y después en muerte (…) sé que fui yo quien la contagió, porque mi hermana, la que cuidaba a mi mamá, extremaba precauciones cada vez que recibía comida o la despensa, porque lavaba todo lo que recibía y durante todo el tiempo que ella la cuidó, mi mamá estuvo en perfectas condiciones”.
Reconoció que unos días antes de ir a verla se reunió con unos amigos en su casa, donde cree que pudo haberse contagiado, pero como nunca presentó ningún síntoma, no supo que tenía COVID-19.
“No hay día que no llore la ausencia de mi madre y no hay día en que no le pida perdón por esto, pero además mis hermanos me dejaron de hablar, porque también me echan la culpa de que mi mamá se murió”.
Dijo que le ha costado mucho trabajo salir adelante, sobre todo porque tiene tanta vergüenza de lo que pasó que no se atreve a contárselo a nadie.
“Si en verdad quieren a su familia, a sus papás, hermanos e hijos, cuídense; esto del COVID-19 no es un juego, realmente mata y te quita a las personas que más amas”.
De acuerdo con el “Manual de duelo en tiempos de COVID-19. Un punto de vista tanatológico” (Iracema Sierra Ayala y Raúl Gutiérrez Herrera, GEMEFOT), los rituales de despedida son un acto simbólico en el cual una persona puede apoyarse para expresar los sentimientos o emociones que pueden resultar del dolor que está viviendo, y representan alternativas que pueden vivirse de forma individual o compartida, para ayudar en la construcción del proceso de duelo.
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