A tan solo 15 días de haber llegado a República de Uganda como misionero, el padre Sinesio Rodríguez Santamarta -actual confesor ordinario del templo de San José de Gracia, ubicado en el Centro Histórico del municipio de Querétaro-, vivió, dice, una de las experiencias más trágicas de su estadía de 40 años en el continente africano.
Una tarde del año 1964, narra, ya casi metido el sol, al regresar a la misión donde se encontraba, tras realizar confesiones, celebrar la eucaristía y visitar a enfermos en un poblado en compañía de otro sacerdote, al vehículo en el que viajaban le poncharon las llantas. Enseguida, el padre que lo acompañaba fue amarrado de un árbol y a él lo metieron en una choza oscura. ¿La razón?, haber permitido que dos maestros, “que no habían pagado los impuestos al gobierno”, subieran al carro en el que circulaban.
“Los querían linchar, a ellos y a nosotros, porque estábamos cooperando para que, en vez de ayudar al gobierno, íbamos en contra, según ellos. Yo, nuevo, sin saber la lengua, ni nada. (…) A los maestros también los agarraron a un árbol, ¿qué iban a hacer? Pues a quemarlos. (…) Eran las 7:30 o las ocho de la noche, ya era de noche, fue a buscarnos un hermano comboniano. (…) Nos liberó, pero al día siguiente tuvimos que ir al juicio en un tribunal del bosque”, relata.
Durante el juicio, refiere, le pidieron identificar entre a la persona que había agarrado al padre entre 20. Luego de reconocerlo, indicó, el problema fue resuelto.
“Un momento trágico para mí porque estás en un lugar, en un ambiente que no sabes y tienes que señalar a alguien como culpable y lo tienes que hacer, quieras o no, y resulta que sí era ese señor. Ese señor, cuando lo señalé, salió a mí a agarrarme; entonces, como había otros guardias ahí, lo agarraron a él y ya, se acabó el problema”, menciona.
Tres años más tarde, Sinesio Rodríguez y otros misioneros fueron expulsados de Uganda, ya que, recuerda, el gobierno los consideró “cooperadores con los guerrilleros de Sudán” y que estaban ahí para derrocar a la autoridad; sin embargo, tras un intermedio de casi un año en Roma, llegó la oportunidad de continuar su misión en Zambia, África, donde estuvo entre 1967 y 2005.
A lo largo de cuatro décadas en territorio africano, Rodríguez Santamarta fue testigo de nacimientos y muertes; de gente que cayó enferma de sida, dengue y malaria -esta última enfermedad, señala, también la padeció-. También vivió las mismas carencias y dificultades de la gente, como la falta de agua, transporte público, luz eléctrica, servicios hospitalarios, entre otros.
Precisa que, en su día a día, no gozaba de privilegios, toda vez que su presencia no era “en plan de superior”, sino de amigo y acompañante. A la hora de comer, menciona, lo hacía con los habitantes de los poblados y los catequistas: “Se come en un plato común, con las manos, no se va a que le den un vaso”. Acota que las vivencias enlistadas le ayudaron a ser más humilde y aprendió valores que “muchas veces no tenemos los misioneros”, tales como la hospitalidad, el compartir y ser natural, agrega.
“Tú no vas a evangelizar, sino a ser evangelizado, que eso es lo más importante. (…) Tienes que ir humildemente a conocer la gente, su lengua, sus costumbres, a vivir con el pueblo, no fuera del pueblo, no apartado, sino con, y eso es una experiencia que en Europa no la tuve, porque, más o menos, el sacerdote vive en su casa o en su apartamento o en la casa parroquial o en otro lugar, en un convento, pero ahí (en África) nos propusimos vivir lo más cercano al pueblo y teníamos una casita muy simple en medio del bosque”, puntualiza.
Para solventar las carencias de la población, manifiesta, los misioneros promovieron la agricultura, una mejor alimentación y la educación; para esto último, recuerda, establecieron tres escuelas. Aunado a ello, subraya, se realizó la construcción de pozos, una presa y el establecimiento de un hospital.
“La evangelización y promoción humana, hoy progreso social, iban a la par, para que no hubiera, digamos, una dicotomía, una especie de separación”, expone.
Bajo el lema de “No podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído”, este domingo se celebró el Día Mundial de las Misiones (Domund). En este contexto, el ahora confesor ordinario del Templo de San José de Gracia pidió a los misioneros ir a África, pues, dice, la vida no se termina en Europa o América, ni en el Occidente, ya que hay algo que no han descubierto.
“Muchos jóvenes están metidos en los antros o en una vida honesta, a lo mejor, y quieren formarse, ser ingenieros, ser mecánicos, ser astronautas, pero hay algo más, que llena más, que da más satisfacción: es entregar tu vida por el Evangelio, predicar, no solamente con la palabra, sino con la vida, que Jesús es el Señor. Eso es lo que te colma de alegría a ti. Ves tus miserias, tu pequeñez: Tienes que aprender lenguas, tienes que pasar alguna enfermedad, pero eso es accidental”, sostiene quien aún recuerda con alegría el bautismo de adultos en África.
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