Eso que llamamos vacaciones o veranear, y por extensión disfrutar de días de asueto, libranza, feriados… es decir, pagados, y en los meses de verano, es un logro muy reciente, del siglo 20, que costó conseguir y pelear desde el 19.
Pensemos que hace no tanto ni siquiera existían los fines de semana y, en un principio, no fueron el sábado y el domingo. Y sin embargo, en algunos lugares del mundo, todavía a día de hoy, el descanso ni siquiera es un derecho, por ejemplo, en China, motor de la economía mundial.
El derecho a descansar, y por extensión a disfrutar de días de vacaciones, es un logro muy reciente, del siglo 20, que tuvo, como mucho, otro antecedente en el siglo 19: cuando la clase obrera consiguió en sus reivindicaciones un día de descanso en las inhumanas jornadas laborales, precursor del fin de semana, dos días, que al principio fueron domingo y lunes.
Pero hagamos un breve recorrido de antecedentes similares siguiendo apuntes históricos consultados.
El término “vacaciones” deriva del latín, ‘vacans’, participio del verbo ‘vacare’: “estar libre, desocupado, vacante”. Y fueron los emperadores o patricios romanos los primeros, en pasar los días de calor en lujosas villas alejadas de la ciudad; pensemos en Villa Adriana.
Al rastrear el origen de las vacaciones, muchos textos se llegan a remontar en la concesión del primer descanso, nada menos que al siglo 6 AC, cuando el último de los reyes etruscos de Roma concedió un día libre a los esclavos durante las fiestas en homenaje a Júpiter. Ya en nuestra era, Julio César y Augusto (entre la República y el Imperio) trasladan estas fiestas al verano, dando incluso sus nombres a los dos meses estivales, que todavía identificamos con los de las vacaciones.
Durante la Edad Media, las peregrinaciones religiosas de los fieles cristianos hacia Tierra Santa, Roma, Jerusalén o Santiago de Compostela movieron a sumarse a nobles por distintos motivos, y aún hoy, con el paso del tiempo, sigue inspirando a peregrinos de todo el mundo, creyentes y no creyentes, fascinados por emprender cualquiera de los Caminos de Santiago.
A la tradición se sumó en los estados de Venecia, Florencia o Milán del siglo 18, la costumbre entre las clases pudientes italiana, francesa, británica… de tomarse un descanso los meses de calor en otro lugar, fundamentalmente para presumir ante los demás en aquel tan rococó siglo. A mediados de siglo, las vacaciones se popularizaron entre quienes podían permitirse, es decir, los ricos, unos días frente al mar o en la montaña para cuidar su salud, coincidiendo con los nuevos conocimientos sobre los beneficios terapéuticos de descansar al aire.
En el siglo 19, siguiendo los estudios en este tema, la realeza europea se fue apuntando al magnífico plan de veranear en las costas. La del norte se fijó en las aguas cálidas del Mediterráneo, y desde la zarina María Alexandrovna que empezó a visitar San Remo, en la ribera italiana, la zona fue copiada por personajes tan populares como Sissi de Austria, el rey de Bélgica o el príncipe de Gales.
En España al revés: cuando llegaba el caluroso verano se huía hacia el frescor del mar Cantábrico: Santander, San Sebastián o Biarritz serían los destinos de la Casa real española. También la isla gallega de La Toja, bañada por el Atlántico, ofreció los primeros balnearios, los favoritos de la burguesía.
Bastante más tarde, a mediados del siglo 20, la clase trabajadora se fue sumando al mismo tiempo que el ferrocarril fue ofreciendo desplazamientos a buen precio. Antes, las reivindicaciones obreras y sindicales de finales de 19 habían ido conquistando importantes derechos laborales como la reducción de las jornadas o el derecho al descanso, siguiendo las proclamas de Marx y la Primera Internacional socialista de 1864.
Cuando comenzamos a trabajar nadie piensa ya en que el derecho a vacaciones pagadas no se logró hasta bien entrado el siglo 20, y todavía a día de hoy, varía en función del país.
Antes, y siguiendo las reseñas históricas, hay que destacar que tras la Revolución de octubre de 1917, Rusia fue el primer país en referirse a vacaciones como un derecho de los trabajadores aunque realmente fueron una manera de recompensar a puestos determinados por su fidelidad o comportamiento. También la Alemania nazi usó las vacaciones para ganarse el favor entre empresarios o empleados colaboradores con el régimen.
Finlandia, Austria y Suecia las introdujeron en su legislación laboral en la década de los 20.
En Italia, la Carta del Lavoro, de 1927, recogía el derecho al descanso y en Francia, en 1936, se firmó un acuerdo laboral que además de regular la jornada de 40 horas establecía las vacaciones pagadas. De dos semanas al año pasaron a cuatro y a cinco bajo el gobierno de Mitterrand, siendo el país con más vacaciones pagadas, junto a Austria que ya lo supera, con seis.
España instauró en 1918 un permiso de 15 días libres al año para los funcionarios públicos, pero no fue hasta la Segunda República cuando se estableció siete días de descanso remunerado para todos dentro de la “Ley del contrato del trabajo”, aunque pocos pudieron disfrutarlos.
Otro dato: no fue hasta 1948 cuando las Naciones Unidas recogieron las vacaciones periódicas pagadas en la Declaración de los Derechos Humanos.
Francia, país referente en este concepto, con cinco semanas, ocupa la segunda posición por detrás de Austria, país que ha reconocido por ley entre cinco o seis semanas.
En España son 30 días naturales y en Alemania, 24. En la mayoría de los países de Europa y América, oscila entre 25 y 30 días.
En Hong Kong solo tienen derecho a siete días; en Corea del Sur, a 10, y en China no llega a plantearse como obligatorio.
En esta clasificación salen peor parados los países asiáticos y americanos. El capitalismo acelerado de China y Estados Unidos son los peores, pues en ambos las empresas no tienen la obligación de conceder ningún día de vacaciones a sus empleados; es algo que en muchos países americanos se pacta con normalidad con la empresa que paga.
Como decimos: no fue hasta pasada la Segunda Guerra Mundial cuando las vacaciones pagadas se generalizaron entre la población.
Y por ejemplo, en el caso español, no fue hasta los años 60 cuando, en pleno “desarrollismo”, la clase media se tomó un pequeño descanso rumbo a la playa o al pueblo, en el modelo más minúsculos del Seat de aquellos tiempos, ¡cargados hasta el tejado!
El panorama actual, tocado por las crisis económicas y la precariedad del empleo en los jóvenes ha situado a los trabajadores en una posición delicada para la reivindicación de derechos laborales y más el de las vacaciones.
Ahora el teletrabajo, los ‘smartphones’ o el WhatsApp han hecho que el trabajo esté presente a todas horas; hasta en la sopa!, mezclándose de tal manera que cuesta terminar cada día con la jornada laboral. ¡Estamos siempre disponibles!
Hablamos del ‘worktation’, o trabajar desde el lugar de vacaciones, ‘flexiworking’, trabajar sin horarios, conceptos que han llegado para quedarse y, pese a su intención inicial de dar mayor libertad, ponen en evidencia, como la cara cruz de aquel beneficio, la servidumbre que conllevan. Parece hasta una regresión al pasado en cuanto a la conquista del tiempo libre.
En fin, por mucho término en inglés no dejaremos de preguntarnos dónde queda el placer de desconectar por unos días, algo tan necesario como beneficioso para la salud Muchos aseguran que el verdadero descanso pasa por ser capaces de regalarnos unos días de autoapagón telemático, porque evadirse y disfrutar unos cuantos días no debería solo ser recomendable, sino obligatorio, ¿o no?
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