Según cuenta una de las leyendas que han llegado a nuestros días, el éxito alcanzado por el ajedrez en una corte de la India llevó a su rey a ofrecer a su inventor el premio que eligiera. Astuto y buen conocedor de las matemáticas, solicitó como recompensa un grano de trigo en la primera casilla del tablero que se iría doblando en la siguiente y así sucesivamente hasta totalizar las 64 posiciones blancas y negras de la mesa de juego.
Si lo que dice la leyenda fuese cierto y el rey hubiera cumplido su promesa, la creación del ajedrez habría hecho inmensamente rico a su inventor y condenado a la pobreza a los súbditos del reino durante siglos, dada la cantidad de trigo que hubiera supuesto para el rey ser fiel a su palabra.
La anterior es solo una de las múltiples leyendas creadas alrededor de la génesis del ajedrez. En ellas queda claro el desafío intelectual que supone un juego en el que no interviene el azar y todo queda en manos de la inteligencia y la rapidez mental del jugador para anticiparse a los movimientos del contrario.
Más allá de mitos y fábulas, fijar la cronología exacta del ajedrez es una tarea complicada. Los estudios más serios remontan a mil 500 años la antigüedad del juego.
Su antecedente más lejano sería el chaturanga, un juego originario de la India, que fue el embrión del ajedrez como hoy lo conocemos. Durante su largo viaje, el ajedrez ha pasado de ser un entretenimiento de reyes a uno de los juegos de mesa más populares en todo el mundo.
Cuando los árabes lo introdujeron en Europa durante la Edad Media, el ajedrez era ya un entretenimiento practicado por las clases acomodadas que lo habían conocido en su viaje desde la India. Monarcas medievales como el rey español Alfonso el Sabio, el ruso Iván el Terrible o el emperador Carlomagno fueron conspicuos aficionados al ajedrez.
El juego tiene un claro componente militar y jerárquico. Desde la palabra chaturanga, que en sánscrito significa “juego del ejército”, hasta la iconografía de las figuras utilizadas.
En primer lugar tenemos la infantería, compuesta por ocho peones, la ficha más numerosa, pero con el movimiento más limitado; dos caballos, que pueden vencer obstáculos y que se corresponden con la caballería militar; le siguen en importancia los dos alfiles, que según algunos estudiosos representarían a los consejeros reales, políticos y espirituales, que se mueven en diagonal a lo largo del tablero.
Las dos torres, que se mueven arriba, abajo y a los lados, simbolizan las fortalezas medievales y tienen un carácter defensivo.
Finalmente tenemos las dos piezas más importantes: la reina y el rey. La primera es la que tiene mayor libertad de movimientos, pues los hace en cualquier dirección, pero siempre en línea recta. Por último, el rey no tiene gran capacidad ofensiva, pero su papel es fundamental, ya que la regla básica del juego es eliminarlo, lo que hace que el resto de fichas busque defenderlo e incluso sacrificarse para que el contrario no consiga el fatídico jaque mate.
Aunque es muy complicado dar un número exacto de practicantes, una encuesta en 2018 del instituto de investigación de mercados YouGov cifraba en 600 millones el número de personas que jugaban entonces al ajedrez.
Evidentemente estas estimaciones son solo aproximadas y es imposible calcular la cantidad de juegos de ajedrez que hay en los hogares de todo el mundo. Como dato podemos aportar que solo una pequeña empresa de la ciudad española de Barcelona fabricó 20 mil tableros en 2021.
En cuanto al número de jugadores de alto nivel, las cifras que maneja la Federación Internacional de Ajedrez, que a su vez se hace eco de los datos de 2019 de la página de Internet chessratings.top, sitúan su número en todo el mundo en poco más de 350 mil. Por países, la lista está encabezada por Rusia, seguida de India, Alemania y España. El ‘ránking’ en Iberoamérica está liderado por Brasil, seguido de Argentina.
Este interés por el juego se ha trasladado a la investigación tecnológica y, especialmente, al desarrollo de la inteligencia artificial.
Un cambio que en 1997 saltó a las primeras páginas de la prensa cuando Deep Blue, una supercomputadora desarrollada por IBM, mandó a la lona a uno de los mejores ajedrecistas de la historia, Gary Kasparov. Desde entonces la evolución de los jugadores no humanos de ajedrez es imparable y en la actualidad el verdadero campeón del mundo tiene cerebro de silicio.
Como consuelo, a los humanos nos queda ser tanto los inventores como los desarrolladores de los algoritmos que nos han puesto contra las cuerdas en un combate incruento que, como hace mil 500 años, empieza con el movimiento de una ficha blanca y acaba con el triunfal jaque mate.
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