Valter Longo (Génova, Italia,1967) es un bioquímico reconocido a nivel internacional por sus investigaciones sobre el envejecimiento y las enfermedades relacionadas con la edad, y es director del Instituto de Longevidad de la Facultad de Gerontología de la Southern California University (USC), en Los Ángeles, Estados Unidos, donde también ejerce de profesor.
Dirige, además, el laboratorio de longevidad y cáncer del Instituto de Oncología Molecular (IFOM) de Milán, Italia, ha publicado en las revistas científicas más prestigiosas, recibido varios de los principales premios internacionales sobre el envejecimiento y en 2018 la revista “TIME” lo incluyó en la lista de las 50 personas más influyentes del mundo en materia de sanidad.
El investigador italiano, famoso por ser el creador de “La dieta de la Longevidad” (Ddll), descrita en un libro de gran éxito internacional, lleva 30 años investigando sobre los beneficios de la alimentación para lograr una longevidad saludable, 15 de ellos, dedicados al estudio del cáncer.
Longo ha descubierto que el ayuno, combinado con un programa de nutrición basado en la Ddll, mejora la eficacia de los tratamientos antitumorales y reduce los efectos de los fármacos utilizados en dichos tratamientos.
Los estudios científicos y los casos clínicos de pacientes con distintos tipos de tumores que respaldan este descubrimiento están recogidos en su nuevo libro “El ayuno contra el cáncer”, que puede considerarse como un método novedoso para prevenir y tratar los tumores, explica Longo, y añade: “En general, la medicina tradicional ha obviado los poderosos efectos del metabolismo y el ayuno para afrontar el cáncer”.
Últimamente, y en parte gracias a las investigaciones de Longo y su equipo, algunos de los más importantes centros oncológicos han empezado a tener en cuenta la combinación de la terapia metabólica con la terapia tradicional.
Longo “desconfía” de los oncólogos que no tienen en cuenta las recomendaciones sobre alimentación que acompañan a las terapias estándar, porque “hoy estamos seguros de que la alimentación y su impacto en el metabolismo pueden desempeñar un papel crucial en la eficacia de los tratamientos”, enfatiza.
Según este investigador, existe una diferencia entre el uso de los nutrientes que hacen las células tumorales y el que hacen las células normales o sanas: se alimentan de distinta manera.
“Cuando hay escasez de nutrientes (practicamos el ayuno), las células sanas se protegen y se quedan en una especie de pausa, mientras que en condiciones de ayuno las tumorales no se detienen, siguen multiplicándose de modo descontrolado sin protegerse, buscando vías de escape para sobrevivir, sin ser capaces de gestionar correctamente la falta de alimento” explica.
En este contexto, el desafío es intentar “matar de hambre al cáncer y nutrir al paciente”, es decir, “matar a todas las células tumorales mucho antes de debilitar los sistemas fundamentales del paciente para combatir el cáncer”, como el sistema inmunitario y el sistema nervioso, entre otros.
Para este proceso resulta “indispensable separar unas células de otras para que la toxicidad de los tratamientos no las elimine a todas por igual”, según ha descubierto este investigador.
Señala que una primera fase de experimentación con animales de laboratorio tuvo como resultado que practicar un ciclo de ayuno antes de la quimioterapia los protegía de los efectos colaterales tóxicos del tratamiento y que, incluso sin la quimioterapia, los ciclos de ayuno de dos días detenían la progresión de los tumores en varios tipos de cáncer.
El nuevo programa de nutrición anticáncer de Longo se fundamenta en el ayuno, en combinación con una versión ligeramente modificada de la Ddll, denominada “dieta que imita el ayuno”, la cual dura de cuatro a cinco días e incluye menos calorías, proteínas y azúcares, y más grasas de origen vegetal.
Destaca que la Ddll no solo tiene como base la evidencia científica, sino también el resultado del estudio de las dietas que han adoptado poblaciones centenarias ubicadas en distintos lugares del mundo, preservando las tradiciones y costumbres mantenidas durante años.
Por eso adoptarla “no supone un cambio radical en los hábitos alimenticios y puede convertirse en una práctica de vida que combina nutrición, efecto antitumoral y antienvejecimiento”, enfatiza Longo.
Basada en una alimentación principalmente vegetal a la que se le añade pescado, la Ddll es baja en alimentos que contienen azúcares y almidones, alta en alimentos con fibra y ácidos grasos omega 3 e incluye “pocas, aunque suficientes, proteínas”, según explica el investigador.
El ayuno, por su parte, protege las células sanas y contribuye al aumento de la toxicidad de las terapias sobre las células tumorales, puntualiza.
Longo propone un ayuno consistente en “no comer durante un intervalo de 12 horas, es decir, si se desayuna a las ocho de la mañana, se debe cenar antes de las ocho de la noche, lo cual mejora además la calidad del sueño”, explica.
Este ayuno debe combinarse con la “dieta que imita el ayuno”, sumándole un plan de ejercicio personalizado para preservar el nivel de masa muscular de la persona, todo ello supervisado por un equipo de especialistas liderado por el oncólogo y tomando como referencia las necesidades individuales de cada paciente según el tipo de tumor que padece, asegura.
“Es un programa de nutrición en el que el número de calorías, los ingredientes, la duración y la frecuencia de la dieta son muy precisos para poder obtener los efectos antitumorales”, destaca.
Longo promueve el uso de los fármacos oncológicos “que funcionan” y pocas veces aconseja únicamente la dieta que imita el ayuno, explica.
“La mejor estrategia es respetar el estándar de tratamiento y usar la alimentación para respaldarlo sin sustituirlo”, puntualiza.
Este sería, según Longo, un ejemplo de pauta de alimentación diaria para una paciente con cáncer de mama, entre ciclos de quimioterapia, y que puede ayudar a reducir los efectos secundarios que esta terapia provoca, en su mayoría náuseas y vómitos, sumándolo a la dieta que imita el ayuno de cinco días, y siempre bajo la supervisión de un oncólogo:
1. dieta de la longevidad;
2. limitación del consumo de azúcares y carbohidratos refinados;
3. proteínas reducidas, pero suficientes (0.8 gramos diarios de pescado o vegetales por kilogramo de peso corporal), siempre que no se pierda masa muscular;
4. ayuno nocturno de 13 horas como mínimo; y
5. actividad física y ejercicios de fortalecimiento muscular.
Además, Longo comenta tres alimentos que pueden tener un efecto protector contra los tumores.
“Un puñado diario de frutos de cáscara tienen un efecto antienvejecimiento y antitumoral”, señala.
Según Longo: “Es mejor un consumo limitado, en su forma original y combinada con otras legumbres, especialmente en aquellos lugares donde la soja tiene una presencia habitual en la mesa, ya que se le atribuye tanto efecto protector como cancerígeno”.
“Es posible que este tipo de alimentos contengan cuatro veces menos residuos de pesticidas y otros agentes cancerígenos que los cultivados convencionalmente, y según un estudio, consumirlos reduce en un 25% la probabilidad de padecer cáncer”, de acuerdo con Longo.
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