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septiembre 22, 2024

Un huerto urbano, resignificar el valor de la tierra y de los alimentos

En medio de la urbe, se consolidan huertos urbanos en los que se cuestiona el valor de la tierra y lo que hay detrás de cada alimento que consumimos

Rodeado de naves industriales, y a unos minutos de una de las fábricas de cereales más importantes en el mundo; desde hace tres años, los biólogos Lizeth Harzbecher y Christian Robles resignifican el valor de la tierra y reflexionan sobre qué hay detrás de los alimentos a través de Mu’ta Biocultural, un huerto urbano, ubicado en lo que antes era una bodega, en la colonia San Antonio de la Punta, en la capital de Querétaro.

Entre el caos de la ciudad, el tráfico vial y las obras públicas, ambos dedican su tiempo a alimentar a las 18 gallinas coloradas que viven en su huerto, a sembrar semillas y cosechar jitomates, lechugas y otras hortalizas.

Cuando comenzaron, lo más difícil fue trabajar el suelo pues todo era tepetate, suelo endurecido, muy similar a la roca, que tiene poca fertilidad; recuerdan que todo lo que plantaban, se moría.

“Al principio solo traíamos el desecho orgánico de nuestras casas aquí para hacer composta, después comenzamos a experimentar con la germinación de nativas y todo y así como dicen: como la maleza nos fuimos abriendo paso”, refiere Lizeth.

Para ambos, dedicarse a la agricultura urbana en un espacio autogestivo como Mu’ta, es tener un respiro en medio de la ciudad, pero, sobre todo, es apelar a la soberanía alimentaria en colectividad.

“A veces, damos por hecho muchos de los procesos que hay detrás de lo que comemos y eso también tiene un impacto social, ambiental y económico. Lo que queremos es revalorizar este vínculo con el origen, con el suelo; aunque creo que parte del problema de nosotros que vivimos en la ciudad es que nos desconectamos y por lo tanto ya no intervenimos en estos procesos”, añade Christian.

Refieren que la soberanía alimentaria no solo tiene que ver con producir lo que se come, sino también con elegir los alimentos que se consumen.

“¿Qué consumes?, ¿qué te venden?, ¿qué es lo que tú quieres comprar?, ¿Qué es lo que por sus condiciones geográficas se puede producir? y por lo tanto esa soberanía no puede ser totalmente individual; tiene que ver con una sociedad, con un conjunto de personas que quieren poder decidir sobre lo que consumen y luego pensar en qué puedas tú producir lo que consumes”.

Explican que la gran mayoría de los alimentos proviene de grandes corporaciones; además de que el 80 por ciento de estos proviene de otros estados y solo el 20 por ciento se produce en la región.

Asimismo, consideran que, si se quiere garantizar la soberanía alimentaria, debe generarse un cambio de paradigma en lo que se consume y en cómo se produce; aunque reconocieron que existen dificultades al no haber un modelo sostenible de ciudad.

“Ese es el problema: la sobrepoblación hacia un proceso de hiperurbanización que nos enfrentamos todos y que en ese proceso es cómo hacemos de alimentos, cómo abastecemos de agua y cómo abastecemos de energía”.

Detallaron que si bien en los huertos urbanos se puede encontrar una alternativa en la producción alimentaria, no se pueden garantizar todos los alimentos que se requieren en una ciudad, pues los problemas actuales son mayores.

“Ya hay un desequilibrio en lo que consumimos. Yo creo que es grande el reto de decir que somos soberanos “, sentencia Christian.

Desiertos alimentarios y soberanía alimentaria

En 2020, las agrónomas Aydée Tirado y Alejandra Balmaseda, iniciaron su propio proyecto, Huerto LaBanda, ubicado en el fraccionamiento Campestre San Isidro, en el Marqués, encaminado a la soberanía alimentaria, a partir de experiencias personales distintas.

Durante su carrera universitaria, Aydée realizó su servicio social en La Loma, al noroeste de la capital. Ahí observó que la zona era más cemento que vegetación y que existía una alta densidad poblacional.

“Desde la misma arquitectura ni siquiera se te invitaba a habitar la ciudad; una zona llena de fraccionamiento chiquitos y a mí me tocó estar haciendo huertos urbanos con las juntas vecinales y se veía el entusiasmo de las personas, pero también noté que no había muchos lugares en donde conseguir alimentos frescos”.

Identificó la presencia de desiertos alimentarios, un concepto que hace referencia a aquellas áreas geográficas en las que sus habitantes tienen poca o ninguna disponibilidad de opciones alimentarias asequibles y saludables.

“De pronto crece la ciudad de una forma explosiva y desordenada, y a estos cachos de ciudad les llaman desiertos alimentarios”.

En tanto, para Alejandra, su preocupación fue mayor cuando trabajó para una gran empresa de productos alimentarios, con certificaciones orgánicas y de acreditaciones respecto a que implementan condiciones laborales justas; no obstante, se dio cuenta que en la práctica esto no era así.

“En la práctica estamos muy lejos todavía y eso para mí fue empezar a ver que no quería pertenecer a esta industria. Quería poner desde mi trinchera, poner ese granito de arena y que todos tuviéramos oportunidad de tener un trabajo digno y de producir alimentos de manera socialmente responsable y, bueno, ambientalmente responsable”.

Para ellas, el problema radica en que la industria alimentaria atiende a un interés económico y a la competencia en el mercado; mientras que, las producciones más pequeñas, deben abrirse paso en un mercado de especialidad o un mercado gourmet para que les puedan salir las cuentas y sobrevivir económicamente.

“Ahí creo que es donde podríamos establecer una línea en la desigualdad al acceso de la comida, porque si voy al súper o al mercado y compro lo que está ahí; difícilmente los productos que encuentres van a ser orgánicos o van a ser intensamente nutritivos”, señala Aydée.

Aseveraron que el concepto de soberanía alimentaria tendría que tomarse más en serio, porque, consideraron, las comunidades están cambiando y cada vez es más común que el campo, en donde principalmente se siembra y se cosecha, se convierta en ciudad.

“Si nos vamos a las proyecciones, se estima que para el 2050, el 70 por ciento de la población en México va a vivir en ciudades; lo coloca por la media mundial estimada, entonces ¿qué implica que el campo se vacíe?”

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