¿Por qué el lazo rosa? La iniciativa de dedicar un día al cáncer de mama partió de la Organización Mundial de la Salud (OMS) en 1988 y ha ido ganando terreno en los últimos años, de modo que ya es habitual que el 19 de octubre se tiña de rosa: monumentos con inmensos lazos de ese color o que se iluminan de rosa cuando cae la noche, lazos rosas en la calle, en el trabajo, en televisión, en las redes sociales… Pero ¿cómo se convirtió el lazo rosa en ícono mundial de la lucha contra esta enfermedad?
Al parecer, la Fundación Susan G. Komen fue la primera que, en 1991, repartió lazos rosas entre los participantes en una carrera relacionada con el cáncer de mama en Nueva York, aunque sin el significado que tienen actualmente.
Paralelamente, Charlotte Haley, una mujer estadounidense con familiares con cáncer de mama, empezó a confeccionar en su casa lazos de color melocotón que distribuía junto con una tarjeta en la que instaba a pedir al Instituto Nacional del Cáncer más inversión en la prevención de la enfermedad.
Sin embargo, fueron Evelyn Lauder, vicepresidenta de la compañía cosmética Estée Lauder que había superado un cáncer de mama, y Alexandra Penney, editora jefa de la revista “Self”, quienes asociaron el color rosa con el cáncer de mama.
Previamente contactaron a Charlotte Haley con la intención de utilizar su cinta de color melocotón para hacer una campaña sobre el cáncer de mama apoyada en la marca Estée Lauder, pero Haley consideró que era un proyecto demasiado comercial y no quiso participar. Ante esa negativa, cambiaron de color.
En 1992, la firma Estée Lauder distribuyó alrededor de 1.5 millones de esos lazos en sus locales y creó su Fundación de Investigación para el Cáncer de Mama. A partir de entonces, el lazo rosa se convirtió en el ícono de la lucha contra dicha enfermedad.
El de mama es el tumor más frecuente en mujeres, aunque también es uno de los que cuenta con mejor pronóstico.
Se origina en el tejido de la glándula mamaria y se diagnostica sobre todo en mujeres de entre 45 y 65 años. En hombres es poco frecuente, aunque también se da.
Se estima que el riesgo de padecer esta enfermedad es del 12 por ciento, lo que significa que, a lo largo de su vida, la padecerán una de cada ocho mujeres.
Según la OMS, en 2020 se diagnosticaron 2.3 millones de casos en el mundo y hubo 685 mil fallecimientos. La mayoría de esas muertes se produce en los países de ingresos bajos y medianos, donde gran parte de los casos se diagnostica en un estadio avanzado.
Cada año aumentan los casos de cáncer de mama (porque vivimos más y por la detección precoz), pero también la supervivencia, gracias a terapias más precisas.
Diagnosticar el cáncer en sus fases iniciales es, por tanto, vital para lograr buenos resultados con las terapias, lo que pone en valor nuevas técnicas como la biopsia líquida en sangre, que permite detectar la presencia de células tumorales a través de una muestra de sangre y que puede ayudar a iniciar un tratamiento antes de que la enfermedad dé algún tipo de manifestación clínica, o la prometedora biopsia líquida en leche, que estudian investigadoras del Vall d’Hebron Instituto de Oncología (VHIO).
Dicho equipo, que dio a conocer su investigación el pasado septiembre, ha comprobado que la leche materna contiene ADN de tumores de mama, lo que abre la puerta a que se pueda utilizar el análisis de la leche para diagnosticar el cáncer de mama de forma temprana en el posparto.
Existen también otros sistemas de cribado que llevan años implantados y que ayudan a la detección precoz del cáncer de mama, como la mamografía y la ecografía de mama. Se recomienda también la autoexploración por parte de las mujeres.
Todo ello, con el fin de identificar la enfermedad en una fase inicial y frenarla. Las estadísticas indican que una mujer que es diagnosticada de cáncer de mama en fases tempranas tiene más de un 95 por ciento de probabilidades de estar viva cinco años después, mientras que una paciente en estadios metastásicos cuenta con menores probabilidades de supervivencia.
A menudo el tratamiento del cáncer de mama consiste en una combinación de extirpación quirúrgica, radioterapia y medicación, un proceso que puede dejar a la mujer en una situación de vulnerabilidad en aspectos que van desde el propiamente físico, al psicológico o al económico (la persona afectada tiene que asumir costes asociados a la enfermedad justo en un momento en el que no puede llevar el mismo ritmo en su vida laboral).
La mayoría de las mujeres con cáncer de mama experimenta sentimientos de ansiedad, incertidumbre, miedo o depresión, problemas que aumentan en aquellas a las que se les realiza una mastectomía (extirpación del seno).
Actualmente, se recomienda utilizar, siempre que sea posible, cirugías conservadoras y, en caso de que sea necesaria la mastectomía, incluir la reconstrucción mamaria dentro del mismo procedimiento quirúrgico.
También está ganando terreno la estrategia que promueve tratar no solo el tumor, sino también a la persona en su conjunto mediante un enfoque multidisciplinar que incluye aspectos como ejercicio físico específico, dieta adecuada y apoyo psicológico.
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