Frida Kahlo tenía 47 años el día de su muerte, el 13 de julio de 1954; hoy, 70 años después, sigue siendo una artista inagotable, una de las personalidades que con mayor contundencia han marcado la identidad femenina, rechazando la visión limitada del tradicional masculino
Con su mirada única y su forma de reivindicar su independencia en el arte, pero sobre todo en su vida, Frida Kahlo representa la lucha de una mujer de apariencia frágil, pero increíblemente fuerte contra toda imposición, golpe o dolor que le deparó la vida, algo que contrasta con la “Fridamanía” de los últimos años, que ha sometido su imagen a una excesiva utilización para todo lo vendible. Frida aparece en la moda, en todo tipo de complementos y objetos, como omnipresente reclamo comercial.
Hija y nieta de fotógrafos, Frida Kahlo (1907-1954) fue la cuarta de cinco hijos del fotógrafo alemán Wilhelm Kahlo y de la mexicana Matilde Calderón, por lo que conocía bien el arte de la fotografía y poseía un don especial para posar. No tuvo reparos en exponer lo más dramático de sí misma, pero siempre mostrándose sumamente enigmática, enseñando y ocultando al mismo tiempo lo que quería, toda una “maestra del engaño”, como ella misma se definió.
Su existencia estuvo marcada por dos tragedias: la primera, la poliomielitis que sufrió de niña y que le dejó secuelas de por vida, pues su pierna derecha era más delgada que la izquierda, lo cual ocultaba con los tradicionales tehuanos, trajes típicos de las mujeres indígenas, que tanto la caracterizó y que le sirvió además para reivindicar la cultura popular mexicana. La segunda tragedia fue aún más grave: un accidente de tráfico que le cambió la vida a los 18 años. El autobús en el que viajaba fue embestido por un tranvía que casi la mata, pero le destrozó la columna y la pelvis, obligándola a vivir entre corsés, con más de 30 operaciones y tremendos dolores, con los que aprendió a convivir.
Fue durante sus largas y constantes convalecencias cuando Frida aprendió a pintar y a revertir su dolor en ganas de vivir. Su madre le puso un caballete adaptado a la cama y un espejo de cuerpo entero para que se pintara.
Desde muy jovencita tuvo contacto con revolucionarios zapatistas, a los que su madre también ayudaba. En 1922, inició la carrera de Medicina y en la facultad entró en contacto con el movimiento estudiantil que reivindicaba el orgullo por las raíces mexicanas y la necesidad de recuperar la cultura tradicional.
Frida y Diego
La vida de Frida Kahlo no se entiende sin la intensa y turbulenta relación que mantuvo con el muralista mexicano Diego Rivera, al que conoció en 1923, cuando este trabajaba en un inmenso mural en Ciudad de México.
Cinco años después de aquel primer encuentro, Frida y su admirado Rivera se reencontraron en una reunión política. Diego quedó seducido por la personalidad con la que aquella joven morena y menuda exponía su pensamiento revolucionario y por esa enigmática y profunda mirada de Frida. Iniciaron una relación extramatrimonial, pues él estaba casado con su segunda esposa. Un año después, en 1929, se casaron en Coyoacán. Ella tenía 22 años y él, 43.
La singularidad del matrimonio quedó reflejada en las dos casas en las que vivieron en México, que estaban unidas por un puente. Una de ellas, con la fachada rosada, era la de Diego. La otra, la azul, la de Frida. Su matrimonio estuvo marcado por las desavenencias, peleas y reconciliaciones, y por aguantar a multitud de amantes por ambas partes. Aunque Frida supo desde el principio de las constantes infidelidades de su marido, solía pasarlas por alto, ya que ambos compartían la idea de que el amor que había entre ellos era más fuerte.
Las cosas cambiaron cuando Rivera cruzó el límite y tuvo un romance con la hermana pequeña de su mujer, Cristina, a la que Frida estaba muy unida; ella fue su enfermera tras el accidente, quien la cuidaba y le ayudaba con las tareas de su casa e incluso posó desnuda para el pintor.
Se marchó de casa, pero terminó perdonando a Rivera y volvió: “En el fondo nos queremos mucho. A pesar de las innumerables aventuras que tengamos, siempre nos amaremos”, se justificó Kahlo.
Tiempo después le correspondió cruzando también la línea roja, al acostarse Frida con su mentor político, León Trotsky, cuando este y su mujer llegaron a México huyendo de Stalin, y Rivera, conocido trotskista, acogió al matrimonio en su propia casa.
Comunista, marxista, al menos de ideas, quienes la conocieron aseguraban que siempre decía que no le gustaba “la gente de Gringolandia”, pero ni ella ni Rivera tuvieron ningún problema en relacionarse gustosamente con las familias más ricas posibles, como los Rockefeller o los Ford, durante los casi cuatro años que vivieron en EUA. En 1938, realizó su primera exposición individual en Nueva York y vendió la mitad de las obras. Sin embargo, en México no tuvo una exposición individual hasta un año antes de morir.
Autora de unas 150 pinturas, principalmente autorretratos, en ellos proyectó sus dificultades por sobrevivir, y fue fotografiada por profesionales relevantes del siglo 20, llegando a convertirse en ícono su propia imagen.
Frida no solo plasmó en sus obras pictóricas su talento y creatividad, sino que los llevó a los textos e innumerables cartas que escribió. Raquel Tibol, estudiosa de la obra de Frida, sostiene que poseía un gran talento literario: “Hablaba un lenguaje diferente, con juegos verbales, o ‘estridentismo’, corriente que trataba de escandalizar empleando vocablos nuevos y galicismos con giros populares con una enorme gracia”, afirma Tibol.