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septiembre 16, 2024

Estrategias para frenar la glotonería emocional

A veces no comemos debido al hambre física o porque la vista o el aroma de un plato nos atraigan y estimulen nuestro apetito, sino debido a una avidez psicológica generada por la ansiedad o el estrés

“Come esto y descarta aquello. Cuenta las calorías de los alimentos. Haz más ejercicio. Esfuérzate todo lo que puedas. ¿Cuántos de estos mensajes dietéticos nos han hecho sentir culpables por nuestra dificultad a la hora de intentar aplicarlos para gestionar nuestra forma de comer?”, reflexiona el doctor Judson Brewer, un reconocido psiquiatra estadounidense.

El doctor Brewer, especialista en abuso de sustancias y trastornos alimenticios, y en técnicas de mejora personal como la atención plena (‘mindfulness’) y el autodominio (‘self-mastery’), está en desacuerdo con los enfoques de la dieta rígidos y restrictivos y propone como alternativa un programa de 21 días para mejorar nuestra relación con la comida basado en la neurociencia.

Su método, que describe y explica en su libro “Comer sin hambre”, nos enseña a trabajar con nuestro cerebro en lugar de luchar contra los antojos, a identificar y reiniciar los detonantes de los atracones de comida, y a reemplazar los malos hábitos por otros buenos, partiendo de la recuperación de nuestro bienestar interior y del conocimiento de nosotros mismos.

De hecho, considera a este programa como “el antídoto definitivo a las dietas y al sentimiento de culpa hacia la comida”.

“Algunos de mis pacientes intentan imponerse reglas estrictas, nada de aceite, sal o azúcar, prohibida la comida rápida, solo para descubrir que estas reglas los hacen sentir como si hubieran construido una celda y se hubieran encerrado en ella: una prisión alimentaria”, señala Brewer (https://drjud.com).

Explica que, en sus grupos terapéuticos, a menudo suele prevalecer el silencio cuando les pregunta cómo saben que el impulso de comer viene dado por el hambre o por alguna otra razón, como el enfado, la soledad, el cansancio, el tedio, la tristeza, la distracción o la excitación.

Considera que la solución a nuestros problemas con la comida no tiene nada que ver con seguir reglas dietéticas estrictas y que el primer paso de dicha solución consiste en que cada uno pueda responder con claridad a la anterior pregunta sobre dónde se origina el impulso de comer, lo cual requiere un proceso de reflexión y autoconocimiento por parte de la persona.

A menudo los antojos de comida no tienen nada que ver con el mensaje de hambre físico que nos envía el estómago al cerebro, sino con detonantes emocionales que nos impulsan a comer, según Brewer.

Alimentación y emoción: camino de ida y vuelta

“Y no solo podemos comer en respuesta a las emociones, sino que nuestras conductas alimentarias también crean emociones, en especial, el dúo dinámico de la culpa y la vergüenza, que surgen después de haber tomado un extra en la cena o después de lamer la cuchara o el plato de postre, lo cual conduce a pensar: “Me he portado mal; no debería haberlo hecho”.

“Cuanto más se cruzan los ámbitos de la alimentación y la emoción, más se transformarán estas conductas en hábitos, que conforman un bucle en el cual quedamos atrapados” destaca.

Para Brewer, “la salida de este lío, empieza por descubrir cómo funciona nuestro cerebro”, e incluye mapear nuestros hábitos alimentarios, identificar nuestros impulsos, hacernos conscientes de las consecuencias de los antojos, prestar atención a nuestro cuerpo y mente, y fortalecer la confianza en nosotros mismos a través de la experiencia”, según propone en su método.

“Tanto si se trata de atracones como de alimentación emocional, desprovista de atención, automática o excesiva, centrarse en esos comportamientos como costumbres poco saludables ayuda a abordarlos como hábitos y a salir del bucle del hábito” señala.

Consultado por EFE sobre cuáles son las situaciones que disparan con mayor frecuencia nuestro impulso de comer sin hambre, Brewer señala que suelen estar relacionadas con los estados de ánimo o con hábitos como “comer simplemente porque se tiene comida delante o rebañar siempre el plato”.

Usar la fuerza del antojo a nuestro favor

Recuerda que una paciente suya llamada Tracy “tenía una reserva de ‘energía ansiosa’ en su cuerpo y necesitaba masticar cualquier cosa de manera repetitiva para tranquilizarse mientras hacía sus trabajos”.

“Al aprender a explorar su propia experiencia con la alimentación, Tracy descubrió que tenía ansiedad. No había asociado la ansiedad con masticar zanahorias. Se limitaba a masticarlas mientras hacía su trabajo. Esta constatación marcó el inicio de la transformación de su relación con la ansiedad y con la comida”, explica el psiquiatra.

En respuesta a la pregunta de qué podemos hacer para desactivar un impulso de comer repentino y especialmente intenso, Brewer señala: “Puede parecer irónico, pero no podemos desactivarlo”.

“Cuanto más tratamos de cambiar un impulso a la fuerza, más difícil es. Lo que se resiste, persiste, ¿no? Esto se aplica también a los antojos, a estos impulsos de comer. Cuanto más empujamos, más fuerza hacen para quedarse” recalca.

Brewer recomienda aplicar uno de los principios del ‘aikido’, un arte marcial japonés que se basa en la defensa no violenta, consistente en utilizar la fuerza de nuestro adversario (en este caso, el antojo, el impulso) a salud.

“Así, utilizamos el antojo para alimentar nuestra curiosidad, para aprender a explorar las sensaciones que dan lugar a ese impulso y, de esa manera, lo desarmamos”, prosigue.

Esto es así porque “descubrimos que son solamente pensamientos, emociones, sensaciones físicas. Y observando todo eso, podemos comprender cómo funcionan los antojos e impulsos, y utilizar esa energía en su contra” concluye.

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