Con información de El Economista
La ofrenda de Día de Muertos es una manera de conectar con los difuntos, creando un espacio donde su recuerdo y su vida vuelven a nuestra mente.
En este acto, tanto la comunidad como los individuos participan al compartir con los difuntos alimentos, agua, flores e incluso bebidas alcohólicas, permitiendo así una conexión simbólica con quienes ya partieron.
La ofrenda, tal como la conocemos hoy, es producto del sincretismo entre las tradiciones prehispánicas y los elementos introducidos por los europeos tras la Conquista. Los indígenas aportaron el copal, la flor de cempasúchil y los alimentos, mientras que los españoles añadieron las velas y algunas decoraciones. Este altar se convierte en una escenografía donde los aromas del incienso, las flores y la comida evocan la presencia de los seres queridos.
El 31 de octubre se dedica un altar especial a los niños fallecidos, conocidos como angelitos. Sus ánimas llegan el 1 de noviembre para disfrutar de alimentos sin picante, como dulces de alfeñique, frutas, panes y juguetes de barro.
En este altar, predominan los colores blancos, que representan la pureza de estos pequeños, y todo en esta ofrenda se ajusta a una escala más pequeña, en honor a su corta vida.
Cada nivel tiene un simbolismo particular que enriquece el ritual y la conexión con el mundo espiritual.
Dos niveles: representan el cielo y la tierra, un puente para las almas que viajan entre estos dos mundos.
Tres niveles: simbolizan el cielo, la tierra y el inframundo.
Siete niveles: es la representación más completa, ya que se cree que las almas deben pasar por estos siete pasos para llegar al descanso eterno.
Seleccionar el sitio adecuado para colocar el altar es esencial para que la energía fluya armoniosamente y los espíritus de nuestros seres queridos se sientan bienvenidos. Ana Paola Torreblanca, experta en decoración y diseño de interiores, sugiere varias opciones estratégicas que pueden enriquecer el significado del altar y su impacto emocional:
Entrada principal: es el punto de bienvenida para todos, tanto vivos como muertos. Colocar el altar en la entrada simboliza hospitalidad, haciéndolos saber que su presencia es recibida con amor en el hogar.
Sala o comedor: estos espacios son los más representativos de la convivencia familiar. Poner el altar en un área común refuerza la idea de que los seres queridos siguen presentes en nuestra vida cotidiana.
Cerca de una ventana: la luz natural que atraviesa las ventanas actúa como una guía simbólica para que las almas encuentren el camino hacia el hogar. Esta ubicación potencia la conexión espiritual con el mundo exterior.
Rincón especial: si tienes un lugar en casa que te recuerde particularmente a la persona que quieres honrar, ese es el sitio ideal. Un rincón cargado de significado personal añade profundidad emocional a la ofrenda.
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