El Gobierno chino tomó la decisión de prohibir el consumo de carne de animales silvestres debido a las teorías científicas que señalan que el virus COVID-19, causante de la actual pandemia global, fue transmitido desde pangolines o murciélagos hacia los humanos en un mercado de la ciudad de Wuhan, pero esa medida podría dejar sin proteína a millones de habitantes de los bosques.
Robert Nasi, director del Centro para la Investigación Forestal Internacional (CIFOR), refiere que una respuesta similar tuvo lugar durante el brote de ébola en el oeste de África, de 2014 a 2016, y en ese momento los conservacionistas sugirieron que la enfermedad era buena para la fauna porque las personas ya no comerían animales silvestres.
Explica que la transmisión entre animales y personas no es algo nuevo, ya que han sido el vector de más del 60 por ciento de las enfermedades infecciosas, según los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de los Estados Unidos, que también establecen que tres de cada cuatro enfermedades infecciosas nuevas o emergentes son zoonóticas.
Con frecuencia, las enfermedades pasan de los animales a los humanos, pero se vuelven mucho más graves y tienen el potencial para crear pandemias cuando la transmisión ocurre de humano a humano.
El foco de atención actual está en la fauna silvestre, pero algunas de las enfermedades más mortíferas han sido transmitidas a los humanos no por la fauna silvestre, sino por los animales de crianza, como las aves de corral que provocaron la gripe aviar, y los roedores que trajeron la peste y causaron el hantavirus.
El comercio mundial de animales silvestres, tanto legal como ilegal, que mueve miles de millones de dólares, es también responsable de la propagación de patógenos y enfermedades infecciosas resultantes del transporte o de su venta como animales vivos en mercados. Estos dos mecanismos de transmisión de enfermedades de los animales a los humanos son bastante universales, incluso en el caso de la actual pandemia de coronavirus.
Sin embargo, Nasi considera que la solución al problema debe ser más variada que solo una prohibición mundial absoluta, ya que si el ejemplo de China es adoptado por otros países, podría significar que millones de personas se queden sin acceso a la única fuente de proteína animal disponible para ellas.
Refiere que “donde no existe otra proteína disponible, el consumo de carne silvestre es una necesidad, pero debería prohibirse en aquellos lugares donde hay otras opciones y cuando se hace por lucro. Muchos consumidores urbanos consideran la carne silvestre como un artículo de lujo, mientras que otros la compran porque migraron desde zonas rurales y quieren seguir consumiendo lo que tradicionalmente comían”.
En palabras muy simples: las naciones deberían prohibir la venta de animales vivos, detener el tráfico de fauna silvestre y frenar el comercio de animales de los bosques a las ciudades, y al hacerlo contribuirán a conservar la fauna silvestre en sus hábitats y permitirán que las comunidades utilicen este recurso.
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