El desamor resulta ser una de las causas más frecuentes de intencionalidad suicida, no solo entre los adolescentes, también en los jóvenes y personas adultas, preferentemente del sexo femenino. Aunque muchas veces los familiares lo adjudican a causas sociales (uso de alcohol o drogas) más que al “desamparo” en el que quedó el suicida, lo cierto es que ante el rompimiento de una relación amorosa o la desatención y rechazo de sus cuidadores, una persona puede llegar a tomar drásticas medidas con tal de terminar con el sufrimiento vivido.
Cuando hay una situación de desamparo en la niñez o en la adolescencia, los niveles de frustración son tan dolorosos que llegan a estados de depresión y desesperanza, pues el desamor es como “perder la vida misma”. De una vida proyectada junto a alguien de temprana edad y de todos los sueños, expectativas y esperanzas puestas en la otra persona, de pronto no queda nada. Las razones de terminar una relación amorosa pueden ser tan simples como “justificadas”. Internamente se resignifican pérdidas anteriores, característica de la adolescencia, y las nociones de seguridad, protección y fortaleza se resquebrajan y hacen tambalear la identidad de una personalidad que se está conformando.
La psicología habla de que al inicio de la vida hay un abandono materno que lleva al bebé a procurar objetos sustitutos o transicionales (Winnicott) como el chupón, los peluches, el trapito preferido, juguetes especiales u otros objetos a los que nos aferramos al momento de sentir esa ausencia. Así, ante posteriores pérdidas afectivas el amor propio se cae, no hay soporte, y la necesidad de apego se muestra vulnerable y, a pesar de contar con la presencia de otras personas, estas no son las adecuadas para el necesario afrontamiento y soporte emocional de alguien que se “siente solo”.
En todas estas situaciones, estamos hablando de un proceso de duelo por pérdida amorosa, que lleva a vivir experiencias diversas: sentimiento de fracaso, rechazo a sí mismo, rumiaciones obsesivas, soledad, tristeza, insomnio, rabia, depresión, desesperanza, falta de ilusiones; aceptación, adaptación y elaboración.
Cuando inicia un proceso de duelo, siempre es importante cuestionarnos: ¿es la primera vez o han existido pérdidas significativas anteriores?, ¿es difícil hablar de esa pérdida? Entendemos y aceptamos que lo perdido, perdido está, y que solo es tiempo para recuperarnos y abrir camino para reorientar nuestra vida; o de plano no queremos aceptar lo sucedido, la pérdida, no la integramos psicológicamente y no nos hacemos cargo de ella. Es muy posible entonces que la pérdida actual reabra abandonos anteriores en la vida, algunas quizá de alto impacto y otras que no las tengamos conscientes, pues la represión las mantiene en el inconsciente, ya que los recuerdos tienen una carga traumática que nos resulta poco tolerable.
La depresión es una vía de salida ante la ruptura de un abandono, dejando a la persona paralizada en un amplio mundo de dolor, sin recursos para luchar y hasta sin deseos de vivir. Por ello, es importante la ayuda psicoterapéutica.
Hablar de una pérdida puede doler, pero es necesario si se quiere vivir.
Hoy martes, por Coepsique Facebook Live, 7 pm, estaremos en ESCUCHA.
* Presidente del Colegio Estatal de Psicólogos de Querétaro, AC.
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