El asombroso día en que los cuentos se encogieron (1 de 7)

Seguramente estarás familiarizado, lector/lectora, con este inusual relato de Augusto Monterroso: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”. Bastaron estas siete palabras –de magistral imaginación y brevedad– para colocar a este escritor centroamericano, quien vivió en México buena parte de su vida, en un lugar preferente dentro de la literatura hispanoamericana moderna. Monterroso publicó “El dinosaurio” en 1959. Sin embargo, dada su extrema brevedad, en esa época resultaba difícil determinar si se le podía asignar el estatus de cuento, a pesar de su genialidad manifiesta.
Hoy en día, en cambio, resultaría fácil de hacerlo, puesto que se le considera el precursor de un género literario que se ha puesto en boga en años recientes: la microficción. Además de su brevedad, en estos relatos se narran historias sorprendentes a pesar de su engañosa simplicidad. Otro ejemplo de micronarración es también ampliamente conocida, solo que esta fue escrita hace una friolera de siglos (24 para ser exactos): “Chuang Tzu soñó que era una mariposa. Al despertar, ignoraba si era Tzu que había soñado que era una mariposa o si era una mariposa y estaba soñando que era Tzu”. Chuang Tzu, como es sabido, fue un filósofo, escritor y poeta de la antigua China.
Sirva la introducción anterior para referirme a dos magníficas colecciones de microrrelatos que han llegado a mis manos. La primera es una extensa y variada recopilación, minuciosamente documentada por Aloe Azid, un escritor español, y la segunda fue compilada, también de manera exhaustiva, por Clara Obligado, una autora argentino-española.
De entre la plétora de microcuentos, he seleccionado aquellos que me parecieron particularmente interesantes, ya sea por su ingeniosa manera de jugar con el lenguaje, por su exquisitez estética, por su sentido humorístico, o por su provocativa incursión en terrenos de corte filosófico.
El primer grupo temático dentro de mi clasificación está conformado por aquellos relatos que han sido aderezados con chispeantes juegos de palabras. A manera de ilustración, el chileno Jaime Valdivieso relata en Sábado de Gloria: “Salió desesperado en busca de Gloria y se dio cuenta de que no era sábado”. Y, en una vena similar, el poeta español Pedro Casariego Córdoba refiere: “Los carpinteros siempre hacemos tablas cuando jugamos al ajedrez”.
Completan esta categoría joyas como las siguientes: “Conocí a un jesuita eminente y práctico que había inventado la goma de borrar de la impureza”. (Rafael Pérez Estrada). Fiesta completa: “Y llovieron panes sobre el circo”. (Eugenio Mandrini). “¡Todo por la matria! –clamó la feminista recalcitrante”. (Rafael Pérez Estrada). “Nos muerde el ladrido de los perros”. (Ramón Gómez de la Serna). “¿Qué es el universo sino un verso?” (Aloe Azid). Epitafio: “Vine, vi y me fui” (Carlos Vitale).
En las siguientes entregas de la serie, introduciré otras temáticas que he podido identificar en tan minúsculas y asombrosas proezas literarias.

Bibliografía:
• 1. Mil cuentos de una línea. (2007). Barcelona: Thule Ediciones. Selección de Aloe Azid.
• Por favor, sea breve: Antología de relatos hiperbreves. (2013). Madrid: Páginas de Espuma. Selección de Clara Obligado.