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“Un mundo mejor”

Que el mundo está enfrentándose a etapas graves de desadaptación, de inconformidad, de transformación y de estados tensionales es un hecho; como también, el que una gran inquietud reina en nuestras sociedades, así como una innegable desorganización.
¿Es que el hombre no encaja en la actual civilización? ¿No ha encontrado el símbolo de su propia vida profunda? El hecho es que parece que la humanidad es infeliz y que, en su mayor parte, está moralmente enferma; por consecuencia, es desdichada. Y la desdicha trae consigo la protesta del individuo y, en su máxima expresión, la crueldad.
Vivimos fatigados tratando de entender lo que desea nuestro mundo y lo que se proponen nuestros semejantes con su vieja y hostil actitud. Nos desanima el pensar que solo hace unos cuantos años existió un Hitler, y que hay hombres que aún lo veneran. Que nuestros niños padecen hambre, que el mejor amigo nos hizo política, que un pariente querido nos envidia, que aquel hombre tan inteligente resultó ser un cobarde o que en el mundo se pierden millones de vidas en las guerras por dinero y ambición.
Y, para olvidarnos un poco de la náusea que a veces nos procura la vida, leemos lo que cae en nuestras manos para distraernos en la tragedia de “otras vidas”, las cuales observamos cómo se esfuerzan por darnos la impresión de su normalidad.
Pero, cuando el horror es demasiado que nos rebasa y entendemos que en su inmensa mayoría la humanidad está compuesta de “alienados” y de “no alienados”, pero cuyo psiquismo se halla perturbado por diversas causas, abrimos los ojos cuestionándonos si somos, también, parte de los enfermos o solo observadores de un mundo al revés.
Existe, sin embargo, una fórmula maravillosa para no sentirnos tan heridos, defraudados u hostiles ante tanto absurdo, y para no perder la esperanza de que la humanidad llegue a mejorarse moralmente y a organizarse mejor: observar a los tipos geniales que nos inspiran, a los mediocres que nos desesperan y a los tiranos que nos asfixian y comprender que, entre los locos y los hombres normales, existe un gran número que ni son totalmente locos ni completamente normales. Entender que la maldad, la injusticia, la ingratitud y la ambición desmedida de riqueza y de poder que sufre el hombre son el producto de almas enfermas y confusas; estudiar, pues, en qué consiste la máquina psíquica del hombre que, en primera instancia es la nuestra, y que determina la capacidad que todos poseemos para causar el bien o infligir la desgracia ajena.

Para la revista “Crucial”. (1946). ¿Alguna coincidencia con la actualidad?

María Marín Foucher

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