Esa sensación de angustia provocada por la presencia de un peligro, real o imaginario, que provoca un sentir de desconfianza o amenaza y que nos hace creer que ocurrirá un hecho no deseado, se llama miedo. Cuando finalmente ocurre lo inesperado y no deseado, sentimos temor de que sea perjudicial para nosotros o nos cause un daño mayor. La presencia y consecuencias del Covid-19 han sido inevitables en la población y en nuestras vidas. El miedo implica un proceso psicofisiológico que busca, de alguna manera, restablecer un equilibrio perdido, por eso aparece de forma natural y está presente en todos nosotros para vincularse con nuestro sistema inmunitario. Haciendo uso de tres elementos psicológicos, que son las emociones, los pensamientos y las actitudes, estemos o no infectados del coronavirus, tendremos un afrontamiento funcional (positivo) o un afrontamiento no funcional (negativo) ante esta gran pandemia. Esa puede ser la diferencia entre enfermar o no.
Primero, fueron los rumores, luego las recomendaciones de prevención y ahora estamos afrontando el confinamiento en nuestros hogares. Parece que hemos retrocedido miles de años, como cuando el hombre de las cavernas vivía en aislamiento protegiéndose de las inclemencias del clima, de las bestias salvajes y de otros humanos igual de salvajes. ¿Qué es lo que ahora no nos permite respirar con plena libertad: el virus amenazante o la diversidad de respuestas del ser humano? Quizá solo sea una oportunidad más para desprendernos de nuestros temores naturales o ser derrotados en el intento.
La intervención de los profesionales de la salud mental y de voluntarios que se prestan en ayudar de alguna forma, se dan cuenta que el miedo y el temor que nos invaden no solo es por una partícula microscópica, sino también por las manifestaciones del miedo al desempleo, al deterioro del equilibrio económico, a la molestia por la falta de actividades cotidianas, al enojo por no tener vacaciones y a las preocupaciones por lo que pueda suceder a otras personas, familiares y amigos.
Por ello, si es nuestro interés ayudar emocionalmente a los demás, es importante reflexionar sobre múltiples manifestaciones: el pesimismo, las ideas catastróficas, la depresión, la angustia, la violencia y la negación e irresponsabilidad de muchas personas.
Enfrentar y afrontar al miedo implica hacer una reevaluación de nuestra historia de vida, incrementar nuestra autoestima, cambiar a pensamientos asertivos, respirar y relajarse, identificar sensaciones corporales y aprender a liberarse de nuestros propios temores. Eso mismo vamos a encontrar en las personas afectadas. Aunque existen hoy en día diversos cosméticos cerebrales, ningún fármaco es tan efectivo como el poder de la voluntad y la capacidad de hacer las cosas bien.
Quienes nos ofrezcamos a servir de apoyo emocional, debemos considerar si estamos preparados para ello. Quizás iniciemos cuestionando si es realmente necesaria nuestra participación ante una persona que, además, acepte y se permita la expresión de sus ideas y emociones. Entonces tengamos que mostrarle un escenario de seguridad para que la persona redefina sus emociones, clarifique sus ideas y sea consciente de la mayoría de sus reacciones. El objetivo es mantenerse en la realidad objetiva y evitar la aparición de otras alteraciones más.
Por último, si usted desea ayudar en estos tiempos de contingencia, le sugiero desarrollar las habilidades que Linehan (1980) nos recomienda: escucha activa, empatía, recepción de emociones, acompañamiento, aceptación, facilitar el buen razonamiento, paciencia y reforzamiento.
¿Cumple con todos los requisitos?
* Presidente del Colegio Estatal de Psicólogos de Querétaro, AC
Hoy martes, por Coepsique Facebook Live, 7 pm, estaremos en ESCUCHA.