Si bien las redes sociales representan un espacio “democrático”, en el que las ideas pueden expresarse libremente, poco a poco se han transformado en un sitio en donde cabe todo: desde el más brillante pensamiento y la más genuina opinión; hasta lo que brota de lo más profundo del odio, la frustración, la intolerancia, el fanatismo y la obstinación.
Por algo, el brillante escritor y filósofo Umberto Eco expresó que “Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos rápidamente eran silenciados, pero ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los imbéciles”.
El resolver qué hacer con las redes sociales no es un problema menor; ahí está Donald Trump con su orden ejecutiva que busca limitar la protección hacia estas. “Tienen el poder incontrolado de censurar, editar, ocultar o modificar cualquier forma de comunicación entre individuos y grandes audiencias públicas”, manifestó.
Incluso, después de que Twitter colocó etiquetas de verificación de datos a sus mensajes por considerar que contenían “información potencialmente engañosa” y por “glorificar la violencia”, Trump -quien defiende su derecho a acusar un fraude electoral en boletas enviadas por correo y a llamar “matones” a quienes se manifiestan por la muerte de un afroestadounidense bajo custodia de la policía- declaró: “Si fuera legal, si pudiera cerrarla legalmente, lo haría”.
Ahí está también López Obrador exigiéndoles cuentas: “De repente hay una lluvia, una tormenta de cuestionamientos en las redes, pero resulta que es artificial. Es como cuando se está filmando una película en un set, que empieza a llover, pero es que está lloviendo porque alguien tiene un tanque y abrió la llave, o así le hacen en la escenografía. Bueno, ¿qué es lo que pasa en las redes?, son ‘bots’ (…) vamos a pedirle transparencia a Face, al Twitter, que informen sobre quiénes son sus clientes, quiénes les compran”.
Así pues, en este momento en el que lanzarse a navegar en el mundo de las redes -sin morir en el intento- requiere de mucho valor; el reto es reconstruir estos espacios de comunicación sin dar marcha atrás al terreno ganado en cuanto a la libertad de expresión; pero, detener la deshumanización que ahí sucede.
Sin embargo, permitir que sean los políticos quienes abanderen la “purificación” de las redes -cuando sus verdaderas intenciones son ‘llevar agua a su molino’, pero evitar la crítica y los cuestionamientos legítimos- podría resultar contraproducente.
En este contexto, sería interesante analizar lo que Gustavo Ariel Kaufman (“Odium dicta. Libertad de expresión y protección de grupos discriminados en internet”. CONAPRED, 2015) propone, no para censurar; sino precisamente para defender la libertad de expresión.
En esencia, habla de la necesidad de atender -vía penal, administrativa o mediante campañas- el discurso de odio (“odium dicta”) en Internet, en función de su gravedad; y a partir de la identificación de cuatro criterios: alusiones a grupos históricamente discriminados, opiniones humillantes hacia estos, incitaciones a denigrar o excluir a determinadas personas y la voluntad de llevar a cabo lo anterior.
¿Sería este planteamiento el camino para lograr una sana convivencia en el mundo digital, en la que prevaleciera el respeto a los derechos humanos… del que hoy carece?
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