Códigoqro te comparte el legado de una de las periodistas pioneras en México, quien nos demuestra que, en las vueltas del comportamiento que llevan a la humanidad a repetir, la evolución de una sociedad debiera cimentarse en su historia para no volver a aquello que alguna vez fue un fracaso.
María Marín Foucher (1909-1985), periodista y escritora tabasqueña. Colaboró en revistas y periódicos como “Crucial”, “Nosotros”, “Últimas Noticias” y “Psiquis”, entre otras.
El fanatismo ideológico ha prevalecido en la conciencia del hombre, a despecho de todas las civilizaciones y de todas las culturas. Si retrotraemos la atención a aquellas épocas en que aún se iniciaba el preludio de la intelectualidad humana, advertiremos el extravío de pueblos completos que ardieron en la idolatría y el desenfreno supersticioso.
Ayer como hoy, y fiel a su misión obstaculizadora, el fanatismo humano gravita sobre las ideas más preclaras del individuo y, en sentido general, logra establecer una hegemonía de carácter destructivo sobre creaciones espontáneas de la mente. Es así como la estructura más simple de un pensamiento -el de un niño, por ejemplo- pasa por un proceso de diferenciación a lo largo de su vida y se parte en muchos pedazos para expandirse y desenvolverse. Sus componentes son representados por diversos factores circunstanciales como los dogmas sociales, las raíces culturales o religiosas, el clima político, los prejuicios sexuales, entre otros. Todo esto va modificando el concepto original y, en muchos casos, las ideas pierden su simplicidad, apareciendo confusas en una niebla que envuelve la esfera de la psique. ¿El resultado? Se obstruye la objetividad de la acción, por lo que cada ser humano actúa en función de “su propia verdad”.
Dichas verdades individuales, que ampliadas se convierten en colectivas, ejercen la influencia de su propio credo sobre los seres que directa o indirectamente están cerca de quienes las profesa. Por lo anterior, la vida en sociedad cuaja su molde en verdades adulteradas o prostituidas; y no es de extrañar que, generación tras generación, una ambición, un prejuicio o un egoísmo son disfrazados impunemente y, exhibidos ante el aplauso público, se convierten en “verdades”.
Estos divinos profetas del oportunismo someten la conciencia del pasivo rebaño, mientras le hablan de “emancipación”, de “derechos” o de “igualdad”, conceptos que acomodan a su propio beneficio.
Los conductores de multitudes corrompen la verdad inconmensurable de la vida, que está en la vida misma. Y, por esto, escasamente hallamos en toda una vida individuos que acepten y vivan por una verdad universal. Por una verdad pura y sencilla que se alienta por sí sola, que no admite postulados, ni germina en regazos de discordia, porque se alimenta de la comprensión y la tolerancia, y que existe en la adaptación ininterrumpida del pensamiento a las leyes naturales del universo, en el respeto del libre pensamiento, en la indulgencia y compasión por todo lo que vive.
Porque, si hemos de buscarla para nunca caer en dogmas incapacitantes, tendremos que encontrarla en el amor, en las lágrimas sinceras, en la carne inerte y en el dolor eterno y positivo del mundo. En el pensamiento tranquilo que deja fuera al mundo en su eterna incomprensión.
Para la revista “Psiquis” (extracto), 1951.
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