Es la angustia por un riesgo o daño -real o imaginario- el recelo o la aprensión que alguien tiene de que le suceda algo contrario a lo que desea, según la Real Academia Española (RAE)…
Para los neurólogos tiene qué ver con la amígdala, el lóbulo temporal y el sistema emocional del cerebro…
Al abordar el tema, los psicólogos refieren términos como emoción, estrés postraumático, fobia social, ataques de pánico o trastornos obsesivo-compulsivos…
En el ámbito del Derecho, puede ser una circunstancia que exime de responsabilidad en la medida en que anula la capacidad de decisión y raciocinio, al cometer un delito…
Se trata del miedo… sí, ese que el Papa describió magistralmente en su bendición “Urbi et Orbi”: “Desde hace algunas semanas parece que todo se ha oscurecido. Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades; se fueron adueñando de nuestras vidas llenando todo de un silencio que ensordece y un vacío desolador que paraliza todo a su paso: se palpa en el aire, se siente en los gestos, lo dicen las miradas. Nos encontramos asustados y perdidos”…
Ese que ahora el Presidente nos pide dominar: “tenemos que vencer, no sólo la pandemia, sino también vencer nuestros temores, nuestros miedos (…) hay muchos que no tienen ganas de salir y hay que salir poco a poco, con cuidado, a ejercer nuestra libertad”.
Ese que según Ricardo Salinas Pliego simplemente nos “apendejó”: “Dado que el virus no se va a extinguir por sí solo y que seguirá expandiendo su presencia en tanto haya seres humanos que lo reciban y por lo tanto se multiplique… ¿Cuál es su plan a futuro? 1. ¿Quedarse encerrados hasta que haya cura o vacuna? 2. ¿Quedarse encerrados hasta que el gobierno les diga que pueden salir? 3. ¿O quedarse encerrados hasta que un buen día se desapendejen y decidan salir a vivir la vida con todo y sus riesgos?”.
Ese, alimentado de las contradicciones de los “científicos” y “especialistas” que un día dicen una cosa y al otro se desmienten a sí mismos, que en un momento desprecian el cubrebocas y en otro lo portan…
Ese que nos ha impedido dormir por las cifras de contagiados y de muertos… ese que provocan las curvas que se aplanan con un “hubiera sido peor sin la Jornada de Sana Distancia”…
Ese que irrumpe cuando la “nueva normalidad” consiste en un semáforo de riesgo epidemiológico en rojo, en donde nada es nuevo ni normal…
Ese que se apodera de nosotros cuando entes como la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Organización Panamericada de la Salud (OPS) nos advierten de que el punto máximo de la epidemia aún está por llegar a México… mientras algún vecino celebra los 15 años de su hija, con música de banda.
¿Cómo derrotar el miedo, cuando simultáneamente nos advierten que basta solo una pequeña distraccion para contagiarnos?
¿Cómo aniquilar el miedo, cuando nuestra vida parece haberse transformado totalmente de la noche a la mañana, como la de Gregorio en La Metamorfosis de Kafka?
¿Cómo eliminar el miedo a cruzar la puerta de nuestras casas y darnos cuenta de que aún somos las mismas personas que antes de la pesadilla del COVID-19?
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