David Hawkins, autor del libro “El poder contra la fuerza”, identifica 17 niveles de consciencia en el ser humano, siendo el más elevado de todos el de la iluminación espiritual. En la entrega anterior describí tres de los ocho niveles inferiores: la vergüenza, la culpa y la apatía. Doy cuenta ahora de los otros cinco:
SUFRIMIENTO. “En el sufrimiento -apunta el autor- uno ve tristeza por todas partes”. Se experimenta como una angustia que conduce al llanto y la congoja. Al sumirnos en la lamentación por aquello que hemos perdido, nos perdemos de la oportunidad de levantar la cabeza y ver hacia adelante. Esta sensación de carencia genera un hueco espiritual que conduce al derrotismo y a la desesperanza.
MIEDO. Cuando nos dejamos llevar por el temor, nos acobardamos ante un mundo que percibimos lleno de peligros, trampas y amenazas. El escritor Yann Martel lo describe así en su novela “La vida de Pi”: “Una cosa te diré sobre el miedo: es un adversario traicionero… busca tu punto débil y lo encuentra con desconcertante facilidad… [pues]… se origina siempre en tu mente”. Como sería de esperar, vivir en el temor es condenarse a vivir en la inseguridad, la obsesión, el estrés e incluso la paranoia.
DESEO. Hawkins argumenta que el deseo es un estrato inferior de la consciencia porque nos impulsa a la acumulación insaciable. Este nivel es el de las adicciones, trátese de poder, placer, prestigio o riqueza, pues se alimenta de la insatisfacción permanente. A diferencia de la apatía, el miedo y el sufrimiento, que nos reducen a la pasividad, el deseo posee una cualidad redentora: podemos usarlo como trampolín para acceder a niveles superiores de consciencia.
IRA. La ira nos aleja de la iluminación espiritual porque suele traducirse en resentimiento, venganza e inclusive odio. Se enseñorea de las personas pendencieras, irritables y explosivas. Sin embargo, utilizada como fuerza constructiva nos ayuda a sacudir la apatía, el temor y la congoja. Más aún, de acuerdo con Hawkins: “La ira debida a la injusticia social, la victimización y la desigualdad ha creado movimientos que han originado grandes cambios en la estructura de la sociedad”.
ORGULLO. El orgullo tiene un nivel de consciencia superior al de los anteriores, porque nos lleva a creer en nosotros mismos y a celebrar nuestros logros. Sin embargo, un orgullo mal entendido raya en la arrogancia de creernos superiores. De este rasgo negativo surgen, por ejemplo, el nacionalismo desbocado y la intolerancia, que se traducen en agresiones y conflictos bélicos por el equivocado afán de “demostrarles a nuestros adversarios de qué estamos hechos”.
OSADÍA. La osadía es el punto divisorio entre los niveles inferiores y superiores de consciencia. En un sentido negativo nos lleva a riesgos innecesarios y, en el extremo, al atrevimiento y el descaro. En su parte positiva, despierta -como afirma Hawkins- “la voluntad para intentar nuevas cosas y lidiar con los cambios y los retos de la vida”. Es un estadio intermedio, ya que devolvemos al mundo la misma cantidad de energía que de él tomamos.
(Continuará la próxima semana).