Querida Mafalda:
Ahora que Quino, tu añorado padre, se ha ido, te envío esta misiva para decirte que no estás sola: tus lectores –esparcidos por la faz de un planeta que nunca has acabado de comprender del todo– estamos contigo. Acompañamos también en su pesar a Susanita, Manolito, Miguelito, Libertad y, desde luego, tu hermanito Guille.
Debo confesar que uno de los momentos más memorables en mi estadía en Buenos Aires fue encontrarme con una estatua tuya en la banca de un parque, en el barrio de San Telmo. Ni tardo ni perezoso, le pedí a una chica que por allí pasaba que me retratara contigo, como lo habrán hecho incontables turistas con el paso de los años. Aún conservo esa foto.
Me recuerdas tantos momentos de mi infancia y de mi adolescencia, ¿sabes? Fueron años de convulsión social, marcados por la guerra de Vietnam, la carrera armamentista nuclear, y los movimientos estudiantiles del 68. Recuerdo que, en una ocasión, Manolito llegó a visitarte y le pediste que guardara silencio porque tenías un enfermo en casa; resultó ser el mundo, representado por un globo terráqueo que yacía convaleciente en cama. Cuando se fue a trabajar, tu papá te dijo: “Adiós, Mafalda, que se mejore el mundo”.
Fuiste una niña precoz en una época en la que el rol típico de la mujer se acercaba más al de tu amiga Susanita, quien se visualizaba como la futura madre y esposa perfecta. Tú, en cambio, un Día de las Madres le recordaste a las festejadas que “fregar, planchar, cocinar –y todo eso– no quiere decir fregarse la vida, plancharse las inquietudes o freírse la personalidad”.
Por otro lado, en tus cavilaciones desenmascarabas, con lucidez atípica, las paradojas de la realidad que te tocó vivir. Por ejemplo: “Al fin de cuentas, la humanidad no es nada más que un sándwich de carne entre el cielo y la tierra”. O: “Al final, ¿cómo es el asunto? ¿Uno va llevando su vida adelante, o la vida se lo lleva por delante a uno?”.
Quino, tu añorado progenitor, reveló en una entrevista por qué eres así: “Mafalda surge de un conflicto, de una contradicción; a uno de chico le enseñan una cantidad de cosas que no deben hacerse porque están mal y hacen daño. Pero resulta que cuando uno abre los diarios, se encuentra con que los adultos perpetran todas esas cosas prohibidas a través de masacres, guerras, etc. Ahí se produce el conflicto, ¿Por qué los grandes no hacen lo que enseñan?”. En otra ocasión, te describió como “una niña que intenta resolver el dilema de quiénes son los buenos y quiénes los malos en este mundo”.
Finalmente, cómo olvidar tu eterna aversión por la sopa, a la que describías como tu “sopofobia”, compartida por tantos otros niños y niñas, Con tu elocuencia acostumbrada, razonabas: “La sopa es a la niñez lo que el comunismo es a la democracia”.
En fin, Mafalda, no se me ocurrió mejor homenaje al entrañable Quino que escribirte estas líneas para decirte lo mucho que echaremos de menos a tu padre, tanto como a ti, que nos ayudaste a darle sentido a un mundo que parecía caerse en pedazos. Y, ahora que lo pienso, mucho me temo que el actual te haría aún menos sentido.
Te admira y te extraña, Raúl.
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