En mi juventud yo era un idealista al estilo Che Guevara. Adornaba mi habitación un póster en el que el líder guerrillero aparecía en su clásica foto con la boina. En letras negras, sobre fondo rojo, se leía una de sus legendarias frases, que ha quedado impresa en mi memoria: “Sé capaz de luchar contra cualquier injusticia, contra cualquiera, en cualquier lugar del mundo”. Valga decir que dicho apotegma regía mi sistema de valores.
Mis compañeros de prepa y yo fundamos un periódico estudiantil independiente para manifestar nuestras ideas, el cual repartíamos en las escuelas de Matamoros. Pude también dirigir el club de acción social y cultural Salvador Allende, llamado así en honor del presidente socialista chileno que prefirió inmolarse antes que entregarle el poder a Augusto Pinochet, su judas.
Sin embargo, al llegar a la adultez empecé a cuestionar mi idealismo, pues me di cuenta de que poco me había servido para transformar una realidad a la que yo le tenía sin cuidado. Me volví entonces un poco cínico, para liberarme de la pretensión de que todo debe ser de tal o cual manera.
Algunos argumentan que lo que distingue al idealista del cínico es que el primero es regido por sus valores y el segundo por la desvergüenza. Yo no estoy de acuerdo, pues creo que ambos están convencidos de que vivimos en una realidad chapucera e imperfecta, solo que uno se empantana en el devaneo de la fantasía quijotesca, mientras que el otro encuentra solaz en la socarronería pueril que patentó Sancho Panza.
Si bien la actitud del cínico es un mecanismo de defensa que le permite mantenerse a flote, su escepticismo perenne le dificulta la acción espontánea y emprendedora. Esta inmovilidad es equiparable a la del francotirador, quien ve pasar al mundo desde la mira telescópica del fusil ontológico. Si algo tiene de bueno, es que se complica menos la vida. Lejos de acongojarse, decide llevar las cosas con risueña ligereza existencial, por aquello de que más vale malo por conocido que bueno por conocer. El idealista, en cambio, sobrestima sus fuerzas y acaba siendo derrotado por la contundencia rotunda de la realidad cotidiana (si no, pregúntenle al Che Guevara, quien acabó derrotándose solito).
La compleja sociedad en la que vivimos nos invita, en todo caso, a una dosis mesurada de idealismo, aderezada a lo mucho con pizcas de cinismo. El idealismo es el combustible que nos impulsa y el desenfado cínico nos ayuda a mantenernos alerta. Sobra decir que no es fácil lograr el equilibrio, pues caminar al tiempo que contemplamos las estrellas es una manera segura de quedar atorados en las piedras o enmarañados en las zarzas.
Con el ánimo de trascender el idealismo-cinismo, en la etapa actual de mi vida simplemente me dejo llevar hacia donde esta me lleve, emulando así al rodante guijarro del poema de León Felipe Camino: “Así es mi vida, piedra, como tú. Como tú, piedra pequeña; como tú, piedra ligera; como tú, canto que ruedas por las calzadas y por las veredas; como tú, guijarro humilde de las carreteras; como tú, piedra aventurera”.
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