El lunes pasado, el presidente de la República Andrés Manuel López Obrador hizo referencia a la frase atribuida a Voltaire -aunque se asegura que más bien corresponde a su biógrafa, la escritora británica Evelyn Beatrice Hall-: “Podré no estar de acuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”.
“Hay una frase muy buena, clásica, ‘puedo no estar de acuerdo con lo que dices, pero respetaré -es Voltaire, a ver ponla- el derecho que tienes a decirlo’, porque hay veces, hay tiempos en que se debe de regresar al inicio, tiempo de regresar al pasado, porque esa tentación debe alejarse, el de silenciar, el de censurar. ¿La tienen?”, dijo el mandatario para luego agregar: “Esa es la libertad”.
Lo anterior, al hablar de la interrupción por parte de las grandes cadenas de televisión en los Estados Unidos de la transmisión del discurso de Donald Trump, en la que acusaba -sin presentar evidencia- que le estaban robando la elección presidencial; lo que para López Obrador constituyó un acto de censura.
“En el caso de Estados Unidos eso que sucedió sí es algo especial, en Internet o en las redes y luego las grandes cadenas, los grandes medios informativos. ¿Y las libertades? Porque aquí estamos hablando de que hay diferencias, hay debate, hay polémica, pero nosotros nunca vamos a censurar a nadie, todos tenemos el derecho de manifestarnos”, aseguró.
Sin embargo, aunque el presidente jure y perjure que defiende las libertades de expresión y de prensa; en los hechos, día con día, momento a momento, da muestra de su total intolerancia; y valga hoy -en el marco del Día Internacional para la Tolerancia- mencionar cuán intransigente es el Ejecutivo federal.
La “tolerancia”, según la “Declaración de principios sobre la tolerancia” (1995) de la UNESCO, es “el respeto, la aceptación y el aprecio de la riqueza infinita de las culturas de nuestro mundo, de nuestras formas de expresión y medios de ser humanos. La fomentan el conocimiento, la apertura de ideas, la comunicación y la libertad de conciencia. La tolerancia es la armonía en la diferencia. No sólo es un deber moral, sino una obligación política. La tolerancia es la virtud que hace posible la paz y que contribuye a la sustitución de la cultura de guerra por la cultura de paz”.
En cambio, su obcecación y tosudez lo hacen comportarse como el bravucón del barrio con quien osa cuestionarlo y exponer un punto de vista diferente al suyo; y lejos está de interpretar, por ejemplo, las preguntas de periodistas como seguimientos naturales que forman parte de la agenda del día… no, para él son estrategias malévolas de pasquines inmundos que buscan atacar el gobierno que encabeza. En pocas palabras, ve moros con tranchetes por todos lados.
El radicalismo de López Obrador -y por ende de sus fieles seguidores- no contribuye a propagar “la armonía en la diferencia”; por el contrario, la destruye… la aniquila; y por eso México está hundido en la polarización.
El país requiere indudablemente de una verdadera transformación, y para ello se necesita un líder capaz de entender que en el territorio nacional caben todos: los que están de acuerdo con algunas decisiones que ha tomado, pero reprueban muchas otras; los que definitivamente no comulgan con él; los que creen ciegamente en él; y los que no creen en nada ni en nadie.
Y es que, hasta ahora, Andrés Manuel no se ha permitido sentarse a dialogar con quienes tienen derecho a disentir de su manera de pensar, él argumenta que por “respeto a la investidura presidencial”; pero en realidad es su intolerancia la que se lo impide.
Ojalá que el señor Presidente asimilara que, como consigna también la Unesco, “La tolerancia no es concesión, condescendencia ni indulgencia”, es -ante todo- “el reconocimiento de los derechos humanos universales y de las libertades fundamentales de los demás…”.
Entonces -y solo hasta entonces- podrá jactarse de que a pesar de no estar de acuerdo con lo dicho por sus adversarios, defenderá hasta la muerte el derecho a decirlo…