¿Les importa verdaderamente que un periodista sea violentado?, ¿les inquieta realmente si un periodista es censurado?, ¿les preocupa francamente el que un periodista sea objeto de presiones de todo tipo?, ¿les causa desasosiego la situación emocional en la que la actividad periodística coloca a quienes ejercen esta actividad?
Según las cifras dadas a conocer la semana pasada -por el propio gobierno federal- en los últimos 10 años se han cometido 138 homicidios contra periodistas, en el país.
En la administración de López Obrador se han registrado 38 homicidios: dos en diciembre de 2018, 17 en 2019 y 19 en el 2020; y únicamente en el cinco por ciento de estos asesinatos se ha dictado sentencia; la violencia ha sido incluso en contra de quienes se encuentran en el Mecanismo de Protección de Defensores de Derechos Humanos y de Periodistas, en México.
Durante los últimos cinco años se han presentado mil 52 agresiones diversas contra periodistas (golpes, lesiones, amenazas, ataques a sus oficinas); sobre todo hacia quienes cubren notas policiacas, políticas, deportivas y culturales; y más del 40 por ciento de las agresiones han sido atribuibles a ¡servidores públicos!
A este contexto -terrible en sí- debemos agregar la violencia verbal hacia los periodistas, que hoy se ha “normalizado” en México, comenzando por la que genera el propio presidente de la República (y en consecuencia sus fieles seguidores); quien se ha obstinado en estigmatizar y desprestigiar a medios de comunicación, informadores, reporteros, articulistas y columnistas que cuestionan sus acciones… y que no suelen adularlo.
Para él -por ejemplo- representa una afrenta el que se informe puntualmente sobre el número de fallecidos por COVID-19, y por ello merecen sus descalificaciones.
“En el caso de nosotros es evidente. Como la mayoría de los medios dejó de recibir las cantidades de dinero que se les entregaban anteriormente y están muy molestos porque se está llevando a cabo una transformación, se está acabando con la corrupción, pues entonces se aprovechan de esta circunstancia para hacer amarillismo en el periodismo y en los medios de comunicación”, justificó el 24 de noviembre.
En la misma línea se pronunció días antes -el 19 de noviembre- el Subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud, Hugo López-Gatell, precisamente cuando nuestro país superó los 100 mil muertos por COVID-19; ya que, en lugar de asumir las interpelaciones por parte de reporteros dado que él mismo había planteado que en un “escenario muy catastrófico” México llegaría a 60 mil muertos por Covid, optó por infamar.
“No, por favor, no se ofendan, publiquen lo que gusten, opinen lo que gusten; qué bueno, qué bueno que haya diversidad de opiniones. Pero sí notamos que hay algunos medios, sobre todo en prensa escrita, en radio y televisión, que persistentemente desde que inició la epidemia están enfocados en la perspectiva alarmista, alarmista, alarmar, comunicar algo terrible”, argumentó.
Para enseguida acusar: “La epidemia es terrible en sí misma, no hay que agregarle dramatismo. Entonces, efectivamente, poner en primeras planas estadísticas, pues me parece que no ayuda demasiado, qué bueno que lo pongan, libertad de prensa, pero ojalá su propósito fuera ayudar a la población y no convertir la noticia en un tema, ya sea de ventas, posiblemente un titular alarmista hace que se venda más el periódico, o bien un mecanismo de confrontación política, no solo con el gobierno, me parece que confrontan con la sociedad en su conjunto al tener estas expresiones marginales, aun cuando sean ampliamente divulgadas”.
No, la 4T no respeta el trabajo periodístico, aunque se asegure lo contrario; no entiende de seguimientos periodísticos y es violenta con el gremio… ¡Ah!, pero eso sí, su “Guía Ética para la Transformación de México” plantea como primer principio el respeto a la diferencia: “Evitemos imponer ‘nuestro mundo’ al mundo de los demás…”. ¡El chiste se cuenta solo!
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