La Navidad y el Año Nuevo generan un clima de agitación y expectativas positivas y hasta fantasiosas de misterios, de cuentos y leyendas. Es cuando aprovechamos para que toda la familia se reúna y podamos limar viejas asperezas y desencuentros. Es el momento de comprar regalos, de montar el arbolito, de decorar la casa, de admirar santas, renos, hombrecitos de nieves, nacimientos y pastorcitos cantando. Es el tiempo de apremio de organizarse y preparar una exquisita cena, vinos y estrenar prendas de temporada. Es tiempo de seguir creciendo, prometer cambios, dejar de fumar, evaluar lo realizado, salir con la maleta a la puerta y proponerse metas inalcanzables.
Hay quienes viven estas fiestas como algo propio, con un estilo personal, de una manera simple y sencilla, acorde a sus necesidades y posibilidades para disfrutarla plenamente. Se trata de ganar momentos, de abrazar, de besar, de amar, de recordar a los que no están y de tener la oportunidad de ver a esa amiga del alma que viene de visita para acariciarte con el reconocimiento de tu amistad.
Pero no todo es luces brillantes, abrazos y aromas agradables para muchas personas. Conlleva también sentimientos en “modo ambivalente” que van desde la alegría y la ilusión, hasta la angustia y el rechazo a estar en donde estarás. Hay quienes se deprimen durante esta época y este estado se conoce como “depresión blanca”. Ahora coincide con el hecho de que muchas personas han perdido recientemente su trabajo, su pareja, a seres queridos y será la primera Navidad que la pasarán sin ellos. Estas festividades decembrinas, como todos nosotros y la vida, no son perfectas. Para muchos es una tradición obligada, una imposición de una sociedad consumista o el verse, de manera obligada, con familiares “tóxicos”. Para muchos, la Navidad parece tener otros olores, colores, sonidos. Veremos en el rostro de la gente una Navidad y Año Nuevo que genera grandes contrastes en muchos aspectos de la vida social. El confinamiento, la economía, el trabajo y las clases en casa, así como las recomendaciones que debemos seguir nos han marcado en el dilema de disfrutar plenamente el momento o vivirlo con restricciones, prohibiciones y limitaciones.
Santa Claus y Reyes Magos no llegarán a muchos hogares en México por el riesgo del contagio. ¿Los padres serán capaces de develar la verdadera existencia de estos místicos personajes a sus hijos menores de siete años?, ¿cumplirán esta tradición y romperán las reglas del confinamiento y la no aglomeración? La decisión será una decepción para los menores o para las autoridades y el personal de salud.
Creer o no en Santa Claus y en los Reyes Magos tiene que ver con un nivel de maduración infantil, para después asumirla como tradición. Lo mismo pasa con la creencia de la Covid-19. La población procuramos estas actitudes regresivas para disfrutar de los festejos decembrinos y muchas veces, como lo hacen los adolescentes, asumimos actitudes rebeldes y transgresoras en pro de una necesidad de libertad. En el caso de Santa Claus, le solemos imitar, no solo en su obesidad, sino también en procurar tener su buena conducta, amplia generosidad, no fumar, cuidar mascotas, mantener por siglos un matrimonio y, lo mejor de todo, repartir regalos por doquier.
Usted ya sabe lo que tiene que hacer. Tiene la libertad para descubrir las cosas que lo hacen feliz, pero reflexione en cómo pasar una Navidad inteligente, al tomar una actitud descaradamente amorosa, responsable y solidaria con las personas que le rodean. Cuide su bienestar y satisfacción sin dañar a terceras personas. No busque excusas para castigarse con sus conductas.
¡Tenga usted una Feliz Navidad y próspero Año Nuevo!