En cuestión de horas podremos, finalmente, desahogarnos y gritar a todo pulmón: ¡Se acabó el 2020! Más catártico nos resultará volvernos momentáneamente políglotas: ‘C’est fini!’, ‘è finito!’, ‘finita est!’, ‘it’s over!’… Y, ¿por qué no?, recurramos al latín para despedir este ‘annus horribilis MMXX’ (año horrible 2020) para darle la bienvenida al próximo ‘annus mirabilis MMXXI’ (asombroso año 2021).
Catarsis, bendita catarsis. Vaya que la necesitamos. Invoco ahora a la sapiencia popular en voz de nuestros proverbios y mexicanismos: ¡Cúchale, cúchale 2020, a ahuecar el ala!; este arroz ya se coció, ya chupaste faros, año de privaciones, ¡a otro perro con ese hueso!; ya lo pasado, pasado; año nuevo, vida nueva… ¡borrón y cuenta nueva! Habiéndonos desahogado, demos vuelta a la página.
Cabría, sin embargo, la posibilidad de que, ciscados, nos preguntemos: ¿estamos a punto de pasar de Guatemala a Guatepeor? (“¡Que la boca se te haga chicharrón!”, nos advertiría la abuela). Entonces, una de dos: o consultamos a Mhoni Vidente, o nos aventamos como el Borras. Yo recomendaría lo segundo. Total, ya estamos curados de espanto.
Dejando el humor de lado, las anteriores son cosas que este 31 de diciembre del 2020 bien vale la pena preguntarnos. Una opción es cruzarnos de brazos y hacernos como que la Virgen nos habla. La otra alternativa es dar un paso al frente hacia el cruce de caminos: una flecha dice “VEREDA DEL PESIMISMO” y, la otra, “SENDERO DEL OPTIMISMO”. La primera nos conducirá a la tierra del “pan con lo mismo” y la segunda al paraíso de lo posible.
Carver y Scheier explican en el “Manual de psicología positiva” que el pesimista anticipa el desastre, mientras que el optimista reconoce que la adversidad puede ser abordada de manera exitosa. Los pesimistas, quienes suelen describirse como “realistas”, nos invitan a poner los pies en la tierra: “Nos guste o no, la nueva normalidad llegó para quedarse”. Razón no les falta, pues sería ingenuo pretender que en el 2021 las cosas serán de nuevo como antes. Pero también es cierto que el pesimismo es ventajosamente acomodaticio, pues socarronamente evita aventurar soluciones.
Yo digo que le apostemos al optimismo y nos dispongamos a recoger el tiradero que nos deja este agonizante 2020. Carver y Scheier apuntan que una de las fortalezas de los optimistas es que, lejos de lo que podría pensarse, no le sacan la vuelta a la adversidad. Su lógica va más bien en este sentido: “Cierto, las cosas están del cocol, ¿qué podríamos hacer al respecto?”. Sin pensarlo dos veces, se abren a la búsqueda de soluciones: “En tiempos de incertidumbre espero lo mejor y me aseguro de que así suceda”.
En el libro citado, James Averill propone tres maneras de salir adelante: vitalidad, conectividad y búsqueda de significado. La vitalidad nos proporciona la energía para abrirnos a nuevas experiencias; la conectividad nos estimula a procurar la unión y armonía, y la búsqueda de significado nos permite entender el porqué de las cosas. En todo caso, cualquiera de las tres me parece mejor que, tras darle vuelta a la página, quedarnos cruzados de brazos.
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