La semana pasada describía en este espacio algo que he dado en llamar la escalera de la abundancia, cuyos “peldaños” son las palabras que utilizamos cotidianamente. Explicaba que el material del que está construida esta escalera son nuestros pensamientos: si estos son positivos, será sólida y nos conducirá a la abundancia; si son negativos, se vendrá abajo, condenándonos a un futuro de carencias espirituales. Debemos, pues, prestar atención a nuestro vocabulario, para asegurarnos de que este genere pensamientos de abundancia.
Para poner a prueba la premisa detrás de la escalera de la abundancia, trabajé el tema con un grupo de alumnos de la carrera de Ingeniería en Agricultura Protegida del Centro Universitario CEICKOR, en el municipio de Colón. Los invité a que me dieran ejemplos de frases negativas que solemos utilizar y les pedí que las transformaran en expresiones positivas, generadoras de posibilidades de acción. Enlistaron una serie de ejemplos sumamente interesantes, los cuales comparto aquí.
Andrés Valadez propone, por ejemplo, que en vez de decir “sí, pero…” digamos: “sí y…”; en lugar de “no lo voy a lograr”, sugiere: “estoy dando mi 100 por ciento y aprendo en el proceso”; en vez de “no tengo dinero”, decirnos mejor: “soy abundante en muchos aspectos y debo buscar formas creativas para la abundancia económica”.
Maritza Cruz recomienda cambiar la frase “si pudiera cambiar el pasado”, por “aprenderé del pasado para formar mi futuro”; así como evitar el “no se puede tener todo”, en favor de un “lucharé por lograr lo que quiero”. Janey Hernández nos invita a sustituir “no tengo derecho”, por “mi opinión cuenta mucho”, y a cambiar “soy pésima para eso”, por “lo intentaré una vez más”. Blanca Lara aconseja sustituir el “soy muy impaciente”, por un “puedo ser tolerante”, y transformar el “soy muy floja”, en un “cambiaré mis hábitos”.
Ricardo Cacho nos insta a cambiar el “yo no tengo la culpa” por “es mi responsabilidad y afrontaré las consecuencias”. César Sánchez es de la idea de sustituir el “eso no es lo mío”, con un “puedo aprender cosas nuevas”. Eduardo Partida aconseja suprimir “siempre me pasa lo mismo”, en favor de “soy afortunado de tener siempre una oportunidad”, y sugiere también cambiar “estoy cansado”, por “voy a tomar un receso para luego continuar”. Agustín Rosales nos convoca a transformar un “¿por qué a mí?”, en un “¿y por qué no?”.
Yoselin Anrubio sugiere convertir el “no tengo tiempo”, en un “puedo organizarme mejor”, y el “lenta pero segura”, en un “estoy progresando”. Abigail Bermúdez nos exhorta a cambiar el “lo voy a echar todo a perder”, por un “puedo lograr lo que me propongo”. Mauricio Lazcano recomienda que en vez de decir “es imposible”, digamos: “me va a costar un esfuerzo extra”; así como evitar un “las cosas buenas no son para mí”, en favor de un “me lo merezco”. Rodrigo Escoto aconseja sustituir “no me dejan”, por “yo decido mi futuro”. Sebastián Rodríguez aconseja hacer de lado el “no creo que le guste” y transformarlo en “tal vez le gustará”. Y, finalmente, Arturo Rincón nos insta a desfasar el “soy un desastre”, en favor de un “estoy evolucionando”.
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