El fascinante arte de meternos en lo que no nos importa

Si la curiosidad no mató al gato, entonces bien le habrá valido meterse en lo que no le importa, pues de esta manera el minino sabrá capitalizar los aprendizajes derivados de su apertura hacia lo nuevo. Desde mi punto de vista, la frase anterior condensa los hallazgos de un intrigante estudio conducido por el Dr. Todd Kashdan, catedrático de una universidad estadounidense, quien logró identificar cinco dimensiones de la curiosidad humana.

Vayamos por partes. ¿Qué llevó a este investigador a mostrar curiosidad por el tema de la curiosidad? La respuesta es simple: la curiosidad es una de las razones principales por las que los seres humanos hemos podido sobrevivir como especie y se manifiesta en nuestro deseo innato de explorar el medio ambiente para obtener aquella información que nos permita funcionar mejor en este.

Definida como el deseo de buscar lo nuevo con miras a la comprensión y el aprendizaje, la curiosidad se encuentra estrechamente asociada a la inteligencia humana. Por ejemplo, los niños que dan muestras de una curiosidad más despierta, obtienen resultados más altos en las pruebas de inteligencia.

La primera dimensión de la curiosidad, identificada por Kashdan, es la exploración jubilosa, manifestada en nuestra capacidad de asombro ante las bondades del mundo. Los individuos que han desarrollado más este rasgo ven la vida como una aventura, por lo que tienden a ser asertivos y entusiastas, además de que muestran una intensa preocupación por el medio ambiente.

La segunda dimensión es la de la curiosidad social. Los seres humanos somos animales sociales, pues nos interesa actuar de manera conjunta con aquellos por quienes sentimos mayor afinidad. Quienes particularmente se distinguen en esta dimensión muestran una fascinación por observar, escuchar e interactuar con otros. Sienten empatía hacia sus semejantes, por lo que tienden a ser personas cálidas, modestas y generosas.

La tercera dimensión es la de tolerancia al estrés, manifestada como la disposición a hacerse cargo de la incertidumbre aparejada al deseo de salir al encuentro de lo nuevo. Quienes muestran preferencia por este tipo de curiosidad son individuos competentes y autónomos. Sin esta cualidad, podríamos mostrarnos dispuestos a enfrentarnos a aquello que desconocemos, pero nos sentiríamos paralizados a la hora de salir a su encuentro.

La cuarta dimensión de la curiosidad es la búsqueda de emociones y consiste en la apertura hacia nuevas experiencias a pesar de los riesgos físicos, sociales y financieros que pudiera implicar el proceso. Quienes ejercen la curiosidad de esta manera son individuos temerarios e intrépidos. Es el caso de aquel que prefiere los elevados riesgos del ciclismo de montaña a un paseo tranquilo por la ciclovía.

La quinta dimensión es la capacidad de responder ante la carencia. Se manifiesta cuando se nos va el sueño buscando la solución a un problema o cuando entre más difícil nos resulte resolverlo, más nos empeñamos en hallar la salida.

En una encuesta aplicada por Kashdan y su equipo a 3 mil trabajadores, los investigadores encontraron que el 84 por ciento considera a la curiosidad como un catalizador para nuevas ideas; un 74 por ciento piensa que lo inspira y anima a desarrollar nuevos talentos, y el 63 por ciento estima que le facilita la posibilidad de lograr un ascenso.