¿Qué es más resistente, una palmera o un roble? Si traemos a mente la imagen del sólido tronco del roble y lo comparamos con el de una escuálida palmera, seguramente nos parecerá que la respuesta no es mucho de pensar: “El roble, sin duda”. Ahora bien, si visualizamos una elástica palmera junto al rígido tronco de un roble, ambos siendo sometidos a las impetuosas ráfagas de un huracán categoría 5, con vientos de más de 250 kilómetros por hora, es muy posible que nuestra respuesta cambie y optemos por la modesta palmera, que seguramente se doblará pero no se quebrará. Esto lo hemos podido constatar una y otra vez en nuestras playas caribeñas, después de los embates de los ciclones tropicales. Como podemos pues ver, cuando hablamos de resistencia, la palabra clave es elasticidad y no dureza.
Hablemos ahora de resiliencia. En el campo de la física, este término aplica a ciertos materiales que poseen la cualidad de regresar a su estado original después de ser doblados o estirados. Digamos, un resorte, una liga o la misma palmera. De similar manera, podríamos describir a una persona como resiliente si posee la flexibilidad de resistir las adversidades que le presenta la vida sin quebrarse emocionalmente. Y vaya que cuando hablamos de adversidades nos referimos a las peores: graves enfermedades, serios conflictos de pareja, abusos sexuales, desempleo… Y, ya encarrerados, agreguemos la pandemia.
Para una mejor comprensión de este fenómeno, te presento un ejemplo tomado del libro “Resiliencia”, del profesor Steven Southwick, quien recoge el siguiente testimonio de un prisionero de guerra: “Me pusieron en una jaula de metro y medio de largo y poco más de medio metro de alto y de ancho. Estuve allí cuatro meses, encadenado de pies y manos… La jaula estaba en el cuarto trasero de una casa en completa oscuridad. La casa estaba rodeada por un muro de bambú, por lo que no podía ver lo que había del otro lado. No se me permitía salir a hacer ejercicio y solo durante 10 minutos al día podía usar una letrina y lavarme, después de lo cual me colocaban los grilletes y me metían de nuevo a la jaula”.
Uno supondría que, en caso de llegar a quedar libre, el susodicho prisionero quedaría traumado de por vida, con un cuadro de depresión, sí, muy posiblemente. Sin embargo, si hablamos de una persona resiliente, es probable que, a pesar de la depresión, pueda reconstruir su vida y, muchos años después, darse el lujo de contar esta historia a sus nietos.
Southwick, quien en sus investigaciones sobre resiliencia entrevistó a numerosos prisioneros de guerra, confirma que es este el caso: “Todos los prisioneros de guerra que entrevisté resultaron seriamente afectados por la experiencia. Muchos de ellos, al regresar padecieron de trastorno por estrés postraumático. A pesar de ello, lograron vivir vidas productivas y reportaron haber desarrollado un mayor sentido de vida y apreciación por la misma”.
Es decir, estos prisioneros, al igual que nuestra palmera, se doblaron, pero no se quebraron. Sin embargo, el lector/lectora bien podrá preguntar: “De acuerdo, esto sucede en los casos extremos, pero ¿qué pasa cuando las víctimas de la adversidad somos los ciudadanos de a pie?”. Responderé a esta pregunta la siguiente semana.
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