Definir el concepto de inseguridad y aplicarlo a diferentes escenarios cotidianos ha de resultar muy impreciso, sobre todo por las diferentes interpretaciones que tenemos, ya sea que seamos ciudadanos o autoridades. La inseguridad puede ser una percepción emocional sobre la confianza que tenemos ante las personas que nos cuidan, las acciones para combatir el delito y al momento de revisar los nuevos libros de texto gratuito (yo no les tengo mucha confianza).
La inseguridad nos genera razonamientos y emociones de preocupación, enojo, miedo y desconfianza ante una situación que percibimos con cierto nivel de riesgo y peligro. Si bien la psicología utiliza instrumentos para evaluar objetivamente las condiciones de inseguridad en una persona, estos se aplican ante situaciones muy particulares, por ejemplo: actitudes ante un robo o asalto; opinión ante los servicios de seguridad pública: el rasgo y estado de ansiedad de una persona; afrontamiento de estrés; estado-rasgo de expresión de ira; escala de clima laboral; escala de victimización; percepción del accionar policiaco; cuestionario de violencia escolar; entre otros instrumentos de evaluación. En ellos podemos encontrar indicadores muy interesantes sobre los agresores y sus víctimas, por ejemplo, que tienen que ver con la edad, sexo y sus necesidades económicas, sociales, sexuales o afectivas, así como las condiciones culturales y territoriales de los participantes. Esto explica por qué los programas aplicados contra la inseguridad no tienen los mismos resultados en un lugar que en otro. El claro ejemplo es lo sucedido ahora en Cuba, en Colombia y en México.
El solo hecho de obtener información por algún medio sobre la Covid-19 o los homicidios y violencia en Querétaro, Guanajuato, Chiapas, Matamoros o Michoacán nos genera un nivel de inseguridad y desconfianza en función de quiénes somos y en dónde habitamos, así como el momento de obtenerla (antes o después de un suceso). Quizás muchas personas estemos ahora poco o mucho preocupadas por la tercera ola de la pandemia, lo cual estará disipándose poco a poco con el tiempo (sobre todo si no resultamos contagiados), pero el ciclo de inseguridad reiniciará con la cuarta y quinta ola de contagios.
Las mayores experiencias cotidianas de inseguridad están ligadas con acontecimientos de violencia (asaltos, secuestros, extorsiones, violaciones) y de muerte (accidentes, enfermedades, contagios), pero también con el desempeño de las autoridades (policía, militares, gobernantes). A mayor desconfianza, mayor inseguridad, enojo y agresión. No es lo mismo decir que la violencia social es inherente al ser humano, que señalar que hay violencia en la sociedad como respuesta del ser humano preocupado.
Hay autores que señalan que la inseguridad también genera estados de estrés, baja autoestima y depresión, y que puede estar asociada con algún trastorno psicopatológico. De ahí las diferentes formas de intervenir para restaurar el equilibrio emocional en la persona y en la sociedad. Los pensamientos y actitudes erróneas, desajustadas a una realidad, retroalimentan la inseguridad de la persona incrementando su malestar físico y psicológico, llevándola a estados de estrés crónico o hasta conductas suicidas. Las personas por sí mismas no pueden protegerse y no encuentran respuesta positiva en su entorno (familia, amigos, instituciones).
Según la Encuesta Nacional de Seguridad Pública (INEGI, junio de 2021), el 66.6 por ciento de la población de 18 años y más considera que vivir en su ciudad es inseguro, porcentaje con ligeros cambios durante el presente año, incluyendo la condición ahora de haber salido de casa. Representa esto un gran reto para la sociedad, generando vínculos de empatía, respeto y amorosidad. Si la sociedad genera una adecuada conciencia de las condiciones de vida que tiene, podrá acercarse a los profesionales de la salud mental. De otra manera, como lo ha venido haciendo, incrementará el circulo vicioso de la inseguridad.
* Psicólogo clínico (UAQ), coordinador de área en Salud Mental y Psicológica de IXAYANA y psicólogo clínico adscrito al Hospital General Regional del IMSS-Querétaro. Ver otras colaboraciones de Saber de-mente